EL SEÑOR ESPÍRITU SANTO:
DÉJATE INVADIR DE PODER
Quiero en este mes, entrar en un tema
fascinante y que se habla poco incluso en nuestra Bendita Renovación, pero que
es importantísimo en los tiempos que estamos viviendo. No voy a hablar de estos
tiempos porque todos los experimentamos en carne propia, paro, crisis y lo peor
el asesinato libre; léase aborto, que es abominable ante los ojos de Dios. La
civilización de la muerte esta servida en bandeja, mata cuando quieras y como
quieras, y yo te mataré cuando quiera y como quiera.
Vivimos cada vez en un mundo mas loco,
hoy me he levantado con ganas de hacer algo que sea realmente interesante y que
me suba la adrenalina; pues ala a poner unas bombas en unos trenes y sembrar el
dolor y el pánico. Como mi vida no tiene sentido, golpeo y mató a los que me
aman; cada día la violencia de genero se cobra nuevas victimas. Como yo soy
incapaz de sentir placer, busco la manera que nadie lo sienta y como lo único
que me llena por unos momentos es el poseer, denigro, robo y mato a quien se
ponga por delante. Triste panorama el de nuestro mundo, convulsionado y en los
últimos tiempos del dominio del Maligno.
Es
necesario que el Señor Espíritu Santo tome su lugar, convirtiendo este valle de
lágrimas y muerte en un lugar de vida y alegría sin fin. Para que esto sea una
realidad es necesario que Él Reine en tu vida y en la mía, que Reine en la
Iglesia y en el mundo; poro como os decía el mes pasado, es el gran
desconocido, aún dentro de la misma Iglesia e incluso dentro de muchos
carismáticos que solo lo ven como en fuego, el viento o la palomita y no han
entrado en una experiencia viva de su persona, que no han tenido un encuentro
con la Persona de Dios Espíritu Santo. Se conocen y se viven sus carismas, pero
no se le conoce y se le vive a Él.
Este mes
quiero que demos un paso más en nuestra experiencia de Él, hasta que
desaparezcamos, para que solo sea Él.
En los Hechos de los Apóstoles 2, 17, retomando la profecía
de Joel, San Pedro nos dice: “Derramaré mi Espíritu sobre todo mortal y
profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros jóvenes verán visiones y
vuestros ancianos soñarán sueños”. Y como yo soy un jovenazo – de casi 53
años, hoy no, ¡mañana! - , ¿Lo duda alguien?, el Señor me regalo en Calellá el
20 de Abril del año 2002, un sueño que quiero compartir con vosotros ahora.
Os diré, que en el sueño que algunos ya conocéis, el Señor
me revelo el Reinado del Espíritu Santo, así como el Triunfo de la Iglesia al
Final de los Tiempos sobre el Maligno. El sueño fue de la siguiente manera:
“Vi dos habitaciones
que estaban unidad por un arco pero no había puertas y en cada habitación había
un grupo de personas. En una estaban todos cantando, bailando, fumando,
bebiendo y haciendo otras muchas cosas que vosotros os podéis imaginar y no
necesitáis que os las explique, era la depravación total. En la otra estaba yo
con un grupo de personas que también cantaban pero en una alegría y gozo que
era del Señor. En medio había una persona vestida de blanco, un blanco que
nunca antes había visto, a esta persona en ningún momento del sueño que duro
toda la noche le vi la cara. Él era el que presidía nuestra asamblea y Cantaba
y con el nosotros: ‘Cristo vive en mi Aleluya, Cristo vive en mi. O que
maravilla es que Cristo viva en mi’. Mientras esa persona iba tocando y sanando
a las personas cuando cantábamos: ‘Cristo vive en ti, Aleluya, Cristo vive en
ti, o que maravilla es que Cristo viva en ti’ y en ese mismo instante esas
personas eran sanadas, liberadas, perdonadas, de manera que al volver a cantar:
‘Cristo vive en mi’ la persona sanada, liberada, perdonada, ungida ya podía
cantarlo junto con nosotros. Mientras algunas de las personas de la otra
habitación que se asomaban a ver que pasaba en la nuestra se iban uniendo a
nosotros y la Persona las tocaba y sanaban. Pero después de mucho rato la Persona
se empezó a tambalear como si estuviera mal y todos nos preocupamos, hasta que
al final cayó en tierra con la cara mirando al suelo, estaba como muerta;
nosotros nos pusimos muy tristes y les decíamos a los de la otra habitación que
pasarán a la nuestra y nos ayudaran a orar y que la Persona se pusiera buena
pues no podíamos creer que hubiera muerto.
Muchos pasaron pero otros continuaron
con sus depravaciones. Después de mucho orar y cantar la Persona se comenzó a
incorporar, pero al incorporarse lo hizo realizando todos los gestos de oración
de todas las religiones del mundo, hasta que por fin se puso en pie y continuo
con la oración y el canto: ‘Cristo vive en mi’. La habitación nuestra se hacia
cada vez más larga e iba pasando sanando a los que estaban en camas como de
hospitales. Recuerdo claramente algunas caras que he podido reconocer - algunos
estáis aquí hoy, y habéis sanado o estáis en proceso. (Una es María Rosa de
Calellá) - . Uno estaba en cama lleno de
hierros por todos lados como si hubiera tenido un accidente, yo y otros
ayudamos a la Persona a quitarle los hierros, hasta que la persona se pudo
poner de pie y seguir con nosotros cantando. Cada vez éramos más y formábamos
como una gran procesión. Poco a poco sin salir de la habitación esta se fue
convirtiendo en un gran paseo con unos árboles hermosísimos a los lados,
formando un paseo muy hermoso y lleno de color, ya no estamos dentro sino fuera
en un lugar único.
Mientras caminábamos uno se acerco a la Persona y le
dijo que lo curara. Tenia una pierna con unos aparatos ortopédicos y en el otro
pie un zapato con una calza muy grande. Mientras cantábamos la Persona le toco
y los hierros cayeron de su pierna. Pero cuando comenzamos a cantar ‘Cristo
vive en ti’, salió corriendo con la calza, por lo cual no podía correr mucho.
La Persona nos dijo: ‘Este no es de los nuestros’ y salió corriendo para
atraparlo. Cuando lo alcanzó le volvió la cara hacia nosotros y yo pude ver que
era el Diablo. Todos seguimos cantando y la Persona hizo un Exorcismo con el
canto de manera que cuando volvimos ha decir Cristo vive en ti, el Diablo
exploto en las manos de la Persona que lo tenia cogido. Exploto en millones de
pedazos horrendos. En ese mismo instante todo se lleno de una luz como llamas,
en mi vida he visto cosa igual. Era como una gran bola de luz y ya no había
nada más, ni la Persona, ni yo mismo. Sólo luz, paz y amor. Era algo que no
puedo explicar de la hermosura.”
Después en la
mañana comente el sueño a las hermanas de Calellá y les dije que la Persona
creía que era Jesús a lo que Maria Rosa me contestó que no, que era el Espíritu
Santo. Desde entonces he meditado mucho este sueño que me esta cambiando y me
ha enseñado precisamente que el Reinado del Espíritu Santo es hacer que Viva en
nosotros Jesucristo y conducidos por Él, Espíritu Santo, hasta llegar llenos de
salud, salvación y liberación al Paraíso, la Casa del Padre, donde todo es Luz,
Paz y Amor.
Estamos viendo
en el momento que el Espíritu, la Persona de Dios se esta levantado, cuando parecía
morir en un mundo tan corrompido, tan depravado. Pero la oración de Alabanza
del Nuevo Pueblo Renacido por el Bautismo del Espíritu, de todos nosotros; esta
haciendo que el Espíritu tome en su corazón todas las religiones del mundo
entero, pues sólo hay un Dios y Padre de Todos. Después todo cambiará y será el
tiempo de salir de lo que nos impide la libertad, será el tiempo de Gracia
anunciado por el mismo Señor a través de tantos profetas y de su misma Madre,
María, que es también nuestra Madre. Después de este periodo de tiempo largo y
hermoso será destruido el acusador del mundo Satanás. Y al final todo será
Paraíso y vida en Dios Padre. Luz, Paz y Amor.
Para explicaros
mejor lo que vi en sueños, quiero utilizar una visión que el Señor le regalo a
Vassula. El Señor la llevó a pasear por el Paraíso. Pero antes os explicaré
algo sobre ella:
Vassula Ryden nació en Egipto, de padres griegos, de religión Ortodoxa, el día 18 de enero de 1942. En noviembre de 1966 se casó con un funcionario de la F.A.O., con el que tuvo dos hijos. La profesión de su marido la llevó a vivir en diversos países: 16 años en África (Sierra Leona, Etiopía, Sudán, Mozambique, Lesotho) y varios años en Asia (Bangladesh).
Vassula Ryden nació en Egipto, de padres griegos, de religión Ortodoxa, el día 18 de enero de 1942. En noviembre de 1966 se casó con un funcionario de la F.A.O., con el que tuvo dos hijos. La profesión de su marido la llevó a vivir en diversos países: 16 años en África (Sierra Leona, Etiopía, Sudán, Mozambique, Lesotho) y varios años en Asia (Bangladesh).
Durante
treinta años vivió alejada de Dios y de toda práctica religiosa, inmersa en las
vanidades del mundo, triunfando como modelo, campeona de tenis, afamada
pintora.
Pero, en noviembre de 1985 Dios irrumpió en
su vida. Primero fue su Ángel de la Guarda, Daniel, que la fue preparando e
instruyendo. Tuvo que pasar una gran “purificación” interior, en la que vio
todos sus pecados como los ve Dios. Vassula describe esos días como un
auténtico “purgatorio “. Después, fue el Padre Celestial quien le habló,
quedando Vassula admirada por Su ternura, Bondad y Amor. Simultáneamente,
Jesús empezó a manifestarse, a modelarla, a transformarla, para transmitir a
través de ella Sus Mensajes para toda la humanidad. En estos Mensajes, Jesús
nos advierte de los tiempos que estamos viviendo y de los acontecimientos que
se avecinan. Son una Llamada amorosa para atraernos a Él y cambiar nuestras
vidas. Son (Según palabras de la propia Vassula) “Una carta de Amor de Dios
a cada uno de sus hijos”. Hoy esta en la Iglesia Católica.
VISIÓN
DEL CIELO (tomo I; 26.03 .87, pp. 176-178)
Dios me dio una visión
-Alégrame, Vassula, y comprende que Yo,
Dios, soy uno. Yo quiero mostrarte un poco más de Mi Gloria. Rija, ¿sabes cómo
ha sido creado el Cielo?
-Por
Ti, por medio de Ti.
-Sí, Yo he medido la longitud, altura y profundidad, y todas las
dimensiones son Perfectas. Cada pequeña criatura viviente viene de Mí y es,
realmente, Mía. Todo tipo de vida viene de Mí, Mi
Soplo es vida. ¿Quieres saber más de Mis Obras Divinas?
-Sí,
Señor.
-Entonces, demos un paseo por Mi Gloria.
Me encontré, en la
presencia de Dios, paseándome en un jardín espléndido, lleno de colores,
inundado de luz, pero no de un sol como el nuestro. Al andar, vislumbré una
enorme bola de luz tocando el horizonte. Era como un gran sol, pero se le podía
mirar fácilmente, sin lastimarse los ojos.
-¿Cómo te sientes, hija?
-
¡Esto es maravilloso y tan extraño!
- ¿Qué ves?
- Una especie de sol.
- Sí, es Mi Santa Morada ¿qué es lo que ves
alrededor de esa Luz?
Al principio, vi unas manchas que se movían alrededor de esa luz; luego
precisé que esas “manchas” eran pequeños ángeles, que Le rodeaban. Parecían
millones.
-
Son Querubines que circundan Mi Gloria. ¿Qué más ves?
- Escaleras que conducen
al interior del sol.
- Entremos en esa Luz. ¿Estás preparada? Quítate los zapatos,
pues entramos en terreno sagrado. Ahora, ya estamos en el interior de la Luz.
Al entrar, yo creía que me iba a encontrar en una luz brillante; pero
no, todo era de color azul. Lo que más me impresionó era el silencio, una
sensación de Paz y Santidad. ¡Era extraordinario! Estábamos en el interior de
una esfera.
-Sí, es una esfera.
El “muro” que nos rodeaba, no era un “muro”, sino seres vivientes; eran
ángeles, un muro de ángeles. El “techo” era una especie de bóveda formada por
ángeles. Eran todos azules y eran millones, miríadas, colocados uno al lado de
otro, eran de gran altura, ángeles uno encima de otro, formando una “pared”
sólida, cerrando la esfera.
-Mis
Serafines vigilan este santo lugar y Me adoran incesantemente. ¿Los oyes?
“... Santo, Santo, Santo es nuestro
Dios, el Altísimo...”
-
¿Cuántos son, Señor?
-Millares, hija, ¿sabes quién es aquél, tan hermoso, con la espada de oro?
-
No lo sé.
Vi uno que se diferenciaba de los demás, pues tenía un color “normal”,
cabellos rubios hasta los hombros, vestido con una larga túníca resplandeciente
de la más pura blancura. Tenía en la mano una bellísima espada de oro.
-Vassula, la espada es Mi Palabra. Mi
Palabra es pura, ella traspasa e ilumina.
De repente, la “bóveda” redonda se abrió como una flor.
Después de esto entremos de lleno en este
maravilloso tema sobre el Señorío del Espíritu Santo y su Reinado; dejándonos
llenar de todo su Poder.
El Padre Félix de Jesús Rouger, fundador de los Misioneros del Espíritu
Santo, entre otras congregaciones;
propagó una jaculatoria, para pedir el reinado del Espíritu Santo. Este
tema lo podemos empezar así:
¡QUE VIVA Y REINE EL ESPÍRITU SANTO!
¡Y QUE EL MUNDO ENTERO LE
SEA CONSAGRADO!
“ESTAMOS
VIVIENDO en la Iglesia un momento privilegiado del Espíritu. Por todas partes
se trata de conocerlo mejor, tal como lo revela la Escritura. Uno se siente
feliz de estar bajo su moción. Se hace asamblea en torno a él. Quiere dejarse
conducir por él” (Evangelii Nuntiandi, n. 75). Esto lo escribía S.S. Pablo
VI, el 8 de diciembre de 1975, cuando estaban terminando las tres cuartas
partes del siglo XX.
No cabe duda. El siglo xx recibió de Dios la gracia de tener una conciencia más viva del Espíritu Santo y de su acción en el mundo, en la Iglesia y en el hombre. El Papa Juan XXIII anhelaba “los prodigios como de un nuevo Pentecostés” (25-XII-1961), Pablo VI pedía “una gran efusión del Espíritu Santo, acogida con deseo, con constancia, con empeño personal y comunitario” (25-VII1-1972). Los Padres del Vaticano II sintieron que el Concilio había sido “como un paso del Espíritu Santo en su iglesia” (SC n. 43).
Las dos Encíclicas que hasta
el presente se han escrito sobre el Espíritu Santo son fruto de los últimos
cien años: “Divinum illud munus” de León XIII (9-V-1897), y “Dominu;n et Vivificantem” de Juan Pablo II (18-V-l986). El Beato Papa
Juan Pablo II ha enriquecido la reflexión teológica sobre ese tema mediante una
serie de Catequesis semanales que impartió durante los años 1989-1990.
Nuestro Santo Padre Benedicto
XVI, no cesa de hablarnos sobre el Espíritu Santo, en toda ocasión y de
mostrarnos su importancia para la Iglesia, el mundo y cada uno de nosotros a
nivel personal.
Tan solo quiero anotar algunos
de pasajes de la homilía del Santo Padre en este Pentecostés, que acabamos de
pasar:
“Pentecostés
es la fiesta de la unión, de la comprensión y de la comunión humana. Todos
podemos constatar cómo en nuestro mundo, aunque estemos cada vez más cercanos
los unos a los otros gracias al desarrollo de los medios de comunicación, y las
distancias geográficas parecen desaparecer, la comprensión y la comunión entre
las personas a menudo es superficial y difícil. Persisten desequilibrios que
con frecuencia llevan a conflictos; el diálogo entre las generaciones es cada
vez más complicado y a veces prevalece la contraposición; asistimos a sucesos
diarios en los que nos parece que los hombres se están volviendo más agresivos
y huraños; comprenderse parece demasiado arduo y se prefiere buscar el propio
yo, los propios intereses. En esta situación, ¿podemos verdaderamente encontrar
y vivir la unidad que tanto necesitamos?
Sólo puede existir la unidad con el
don del Espíritu de Dios, el cual nos dará un corazón nuevo y una lengua nueva,
una capacidad nueva de comunicar. Esto es lo que sucedió en Pentecostés. Esa
mañana, cincuenta días después de la Pascua, un viento impetuoso sopló sobre
Jerusalén y la llama del Espíritu Santo bajó sobre los discípulos reunidos, se
posó sobre cada uno y encendió en ellos el fuego divino, un fuego de amor,
capaz de transformar. El miedo desapareció, el corazón sintió una fuerza nueva,
las lenguas se soltaron y comenzaron a hablar con franqueza, de modo que todos
pudieran entender el anuncio de Jesucristo muerto y resucitado. En Pentecostés,
donde había división e indiferencia, nacieron unidad y comprensión.
El Espíritu Santo, Espíritu de
unidad y de verdad, puede seguir resonando en el corazón y en la mente de los
hombres, impulsándolos a encontrarse y a aceptarse mutuamente. El Espíritu,
precisamente por el hecho de que actúa así, nos introduce en toda la verdad,
que es Jesús; nos guía a profundizar en ella, a comprenderla.
El
Espíritu Santo nos guía hacia las alturas de Dios, para que podamos vivir ya en
esta tierra el germen de una vida divina que está en nosotros. De hecho, san
Pablo afirma: «El fruto del Espíritu es: amor, alegría, paz» (Ga 5, 22).
Notemos cómo el Apóstol usa el plural para describir las obras de la carne, que
provocan la dispersión del ser humano, mientras que usa el singular para
definir la acción del Espíritu; habla de «fruto», precisamente como a la
dispersión de Babel se opone la unidad de Pentecostés.
Queridos amigos, debemos vivir
según el Espíritu de unidad y de verdad, y por esto debemos pedir al Espíritu
que nos ilumine y nos guíe a vencer la fascinación de seguir nuestras verdades,
y a acoger la verdad de Cristo transmitida en la Iglesia. El relato de
Pentecostés en el Evangelio de san Lucas nos dice que Jesús, antes de subir al
cielo, pidió a los Apóstoles que permanecieran juntos para prepararse a recibir
el don del Espíritu Santo. Y ellos se reunieron en oración con María en el
Cenáculo a la espera del acontecimiento prometido (cf. Hch 1, 14).
Reunida con María, como en su nacimiento, la Iglesia también hoy reza: «Veni
Sancte Spiritus!», «¡Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos el fuego de tu amor!». Amén.”
Además, no es difícil oír
hablar de “carismas del Espíritu
Santo”, de “reinado del Espíritu Santo”, de “consagración al Espíritu Santo”. De hecho, el Episcopado mexicano consagró la nación al Espíritu
Santo en 1925, renovó esa consagración en Pentecostés de 1975 y en
la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, el 20 de abril de
2009. En corrientes actuales de espiritualidad aparece la
misma inquietud.
A nivel del cristianismo
universal, diferentes Iglesias cristianas han sentido, a lo largo del siglo, la
necesidad del Espíritu Santo; y así en 1900 brotó el Pentecostalismo clásico;
en la década de los cincuenta apareció en otras denominaciones cristianas el
Neopentecostalismo.
La Renovación en el Espíritu
Santo, llamada sobre todo “Renovación
Carismática”, apareció en la
Iglesia Católica en febrero de 1967, un año y dos meses después de concluido el
Concilio Vaticano II. Eran días de grande actividad eclesial, pues se trataba
de buscar y encontrar caminos adecuados para poner en práctica la renovación
de la Iglesia, renovación inaugurada y ordenada por el Concilio. En estas
circunstancias, la Renovación Carismática aparece como un acontecimiento
posconciliar, vinculado al Concilio mismo.
La fisonomía propia y la
identidad específica de la Renovación brotan de las circunstancias de su
nacimiento. La Renovación nació en una clara y decidida expectación de un
Pentecostés para la Iglesia de hoy.
Los primeros participantes de
este movimiento, después de meses de oración pidiendo el don del Espíritu
Santo, y al final de un retiro espiritual en que reflexionaron sobre el
Pentecostés de los Apóstoles, tuvieron la experiencia de haber recibido una
extraordinaria efusión del Espíritu de Dios, “un bautismo en el Espíritu Santo”.
Este
bautismo se manifestó tanto en la conversión interior de las personas, como en
la aparición de dones y carismas espirituales, semejantes a los recibidos por
los Apóstoles en los días del nacimiento de la Iglesia.
Por
esa razón, la Renovación Carismática —o “Renovación Pentecostal Católica”, como también se le llama en
un documento reciente de la Santa Sede—, promueve esa experiencia fundamental, llamada “un bautismo en el Espíritu Santo”, como una gracia no únicamente para los grupos de Renovación, sino
para toda la Iglesia, ya que Pentecostés no es exclusivo de ningún movimiento,
sino el Don del Espíritu Santo para el mundo entero.
La Renovación Carismática,
nacida como una chispa en Pittsburgh en febrero de 1967, se ha propagado como
incendio sobre paja, y ha invadido los cinco Continentes. A un poco más de 45
años de su nacimiento, de oriente a occidente y de norte a sur, la Renovación
proclama, con el poder del Espíritu, que Cristo Jesús vive, que es el Señor,
que mora en medio de nosotros, que nos bautiza con su Espíritu, y que con él
glorificamos al Padre de los cielos. La RCC se encuentra en más de 235 países y
son ya más de 120 millones de católicos, los que han vivido esta experiencia
del Bautismo en el Espíritu Santo; aunque también hay que decir que no todos
han sido fieles al Espíritu en la renovación. En España existen más de 600
grupos de oración y algunas comunidades, son más 50 mil personas que participan
con asiduidad en los grupos, más los que viven en comunidades. En Cataluña existen
actualmente unos 59 – 41RCC + 18 RCCE - grupos de Oración, de los cuales 22 –
16 RCC + 6 RCCE - están en la Diócesis de Barcelona. En nosotros ya Reina el
Espíritu Santo.
En estas circunstancias, sin
caer en los excesos de Montano, ni en los extremismos de Joaquín de Fiore, un
bien conocido filósofo y teólogo laico francés, Jean Guitton, se ha preguntado
recientemente: “¿No estaremos entrando en un tercer Tiempo, que sucederá al
tiempo del Padre y al tiempo del Hijo, y que será el reino del Espíritu?”
(En Retrato del Padre La grange. Palabra,
Madrid, 1993, pág. 161).
Una de las expresiones
características en la espiritualidad de la Cruz es, justamente, “el reinado del Espíritu Santo”. Pues bien, la expresión “el reinado del Espíritu Santo” ¿puede acaso significar algo diferente
al “reinado de Dios” o al “reinado de Cristo”?
La frase “el reinado del
Espíritu Santo” no se encuentra, de manera explícita y como tal, en la
Sagrada Escritura. Sin embargo, es lícito su empleo a partir de las formulas encontradas
en la sagrada Escritura y en la Tradición de la Iglesia; porque además ella nos
dan su sentido verdadero de esta expresión. Vamos ahora a intentar descubrir
estas cosas a partir de la Sagrada Escritura, la Liturgia de la Iglesia, los
Santos Padres, Concepción Cabrera de Armida y del Catecismo de la Iglesia
Católica.
Yo estoy convencido que
tenemos que proclamar al Espíritu Santo, Señor de nuestras vida y declararlo
nuestro Rey, propagando por el mundo su Reinado. Si la primera intención de los
Cruzados en la antigüedad era liberar los sagrados lugares de los impíos, hoy
como nuevos cruzados los de la Renovación debemos liberar el Espíritu Santo en
todos los lugares donde no esta presente y en cada persona; aunque esto pueda
representar: burlas, incomprensión, persecución, sufrimiento y muerte. Hoy
quiero proclamarme Cruzado del Espíritu Santo, ¿Quién se anima a esta noble
causa? ¿Cuántos cruzados del Espíritu Santo hay aquí hoy?
El pueblo de Israel, en el
A.T., daba el Título de Señor a Dios Padre y en el N.T. los discípulos da a
Jesús el Título de Señor en 600 ocasiones; pues bien a llegado el tiempo que la
Iglesia le de el Título de Señor al Espíritu Santo.
1.-
EL REINO DEL ESPÍRITU SANTO.-
¿Cómo, pues, se puede concebir, a la
luz de la Escritura y principalmente del Nuevo Testamento, el “reinado del
Espíritu Santo”?
1. El Reino de Dios, Jesús, El Espíritu Santo
El Reino o reinado de Dios, Jesús y el Espíritu Santo son tres términos
muy vinculados entre sí, pues la proclamación del Reino está en íntima conexión
con el bautismo de Jesús en el Jordán, cuando el Padre lo ungió con el Espíritu
Santo y le dirigió su palabra de filiación:
“En cuanto salió del agua, vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu,
en forma de paloma, bajaba sobre él. Y se oyó una voz que venía de los cielos:
eres mi Hijo amado, en ti me complazco!”’ (Mc 1, 10-11).
En efecto, san Lucas comenta: “Jesús, lleno de Espíritu Santo, se volvió
del Jordán y era conducido pon el Espíritu...” (Lc 4, 1); luego “volvió
a Galilea por la fuerza del Espíritu” (Lc 4,1 4); y en la sinagoga
de Nazaret declaró: “El Espíritu
del Señor está sobre mí porque me ha ungido...” (Lc 4, 18).
Y desde entonces —dice san
Mateo—, comenzó Jesús a predicar y decir: “¡Convertios, porque el Reino de los Cielos está cerca!” (Mt 4, 17) y recorría toda Galilea
enseñando en las sinagogas, proclamando el Evangelio del Reino y curando toda
enfermedad... (Mt 4, 23).
Es interesante notar que en
Lucas 11, 2, a propósito de la segunda petición del “Padre nuestro”, en lugar
de “¡Venga tu Reino!”, algunos
manuscritos dicen: “¡Venga tu Espíritu Santo sobre nosotros, y nos
purifique!” (Tal vez proviene de
un contexto bautismal). Esto
nos da a entender y nos enseña que existe una vinculación muy fuerte entre el
Reino de Dios y la venida del Espíritu Santo.
2.
Jesús, hecho “Señor y Cristo”
Pero, para la reflexión que nos ocupa, es clave el texto de Hechos 2,
33, pues describe el misterio de la glorificación celeste de Jesús: su unción
como Señor, Rey y Sumo Sacerdote para siempre:
“Y exaltado a la diestra de Dios, y habiendo recibido el Espíritu Santo
prometido, ha derramado esto que vosotros veis y oís”.
Así pues, en la exaltación a la diestra de Dios, Jesús recibe el
Espíritu Santo que el Padre había prometido, y es hecho “Señor” y “Cristo”
—esto es, “Ungido”— (Hch 2, 36); es constituido “Hijo-de-Dios-con-poder”
(Rm 1, 4); es establecido “Heredero regio” y absoluto en cielos y tierra
(Mt 28, 28; Hb 1, 2); y es entronizado como Sumo Sacerdote para la eternidad
(Hb 6, 20).
Es entonces cuando, el día de
Pentecostés, derrama sobre los Apóstoles el Espíritu Santo; éstos proclaman por
primera vez el testimonio de Jesús con el poder del Espíritu, y nace visiblemente
la Iglesia (Hch 1, 3-5.8; 2, 1-41).
A partir de ese momento y
hasta el final de los tiempos, Cristo Jesús —el Señor Ungido— ejerce, mediante
la acción soberana del Espíritu Santo, el reinado que Dios-Padre ha puesto en
sus manos; y, “cuando hayan sido
sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel
que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo” (1Co
15, 28; cf 15, 24-28.45).
En esa forma, el reinado del
Padre es el reinado del Hijo y es el reinado del Espíritu Santo. Cuando el
Padre realiza en el mundo y en cada ser humano su reinado, no lo hace sino por
Jesús y en el poder del Espíritu Santo. Es un Reino único y un solo reinado;
pero ese Reino y ese reinado es a la vez, con matices diferentes, según las
propiedades personales, el reinado del Padre y del Hijo-Jesús y del Espíritu
Santo.
Por esa razón, no se debe
hablar ni de tres reinados, ni de una sucesión de reinados: el reinado del
Padre, luego el reinado del Hijo, finalmente el del Espíritu Santo. La razón es
clara: se trata del mismísimo y único reinado desde siempre, desde que Dios es
Dios, pero que tomó una modalidad especial cuando el Hijo de Dios se hizo
hombre, y cuanto ese Hijo-Jesús glorificado, habiendo recibido el Espíritu
Santo que el Padre había prometido, derramó en el mundo ese Divino Espíritu.
De allí las fórmulas
litúrgicas tan ricas, como son:
— El final de la oración
colecta: “Por nuestro Señor Jesu-Cristo, tu Hijo, que vive y reina contigo,
en la unidad del Espíritu Santo...”.
— El principio de la Plegaria
Eucarística tercera: “Santo eres, en verdad, Padre, y con razón
te alaban todas tus criaturas, ya que por
Jesu-Cristo, tu Hijo, nuestro Señor, y en la fuerza del Espíritu Santo, das vida y santificas todo, y congregas
a tu pueblo sin cesar”.
— La gran doxología al final
de las Anáforas: “Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente,
en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de
los siglos. Amén”.
— La doxología breve y
sintética: “¡Gloría al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo!”.
San Basilio (+ 379), Padre de
la Iglesia, que escribió un Tratado sobre el Espíritu Santo, dice: “El
camino que conduce al conocimiento de Dios va del Espíritu, que es uno, por el
Hijo, que es uno, hasta el Padre, que es uno; e inversamente, la bondad
natural, la santidad y la dignidad regia vienen del Padre, pasando por el Hijo Único, hasta el Espíritu”
(Tratado..., n. 47).
Los documentos del Concilio
Vaticano II nos ofrecen estas expresiones: “Por Cristo en el Espíritu a
Dios” (PO 6.3). “Con
el Padre en el Espíritu Santo” (PO 14,33). “En
la unidad de su Espíritu” (LG 13.27). “Al Padre por Cristo en el
Espíritu” (LG 51,15). “De Dios Padre y del Hijo en el Espíritu” (UR
2,44). “Con el Padre, el Verbo y el Espíritu” (UR 7,21).
3. El reinado del Espíritu Santo
Siendo el reinado del Espíritu Santo el mismo
que el reinado del Padre y de Jesús, a él se aplica todo
cuando el Señor dijo en el Evangelio acerca del Reino de los Cielos. Pues bien,
Jesús enseñó que su Reino no es como los de este mundo, sino que es
trascendente y espiritual, penetra toda la vida del hombre y se ejerce en lo
más íntimo del corazón (cf Jn 18, 36; Mc 4, 11; Lc 17, 20-21; Mt 11, 25-27). Y
san Pablo escribió admirablemente en apretada síntesis: “El Reino de Dios no es comida ni bebida,
sino justicia y gozo y paz en el Espíritu Santo” (Rm 14,17).
El
Reino de Dios realiza las promesas anunciadas por el profeta Jeremías sobre la
Alianza nueva: “Pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la
escribiré, y Yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo..., cuando perdone su
culpa y de su pecado no vuelva a acordarme” (Jr 3 1, 33-34).
Pero es, gracias a la acción secreta y
profunda del Espíritu de Dios —según los vaticinios de Ezequiel—, como puede
realizarse ese reinado interior y divino: “Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo...
Infundiré mi Espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos
y observéis y practiquéis mis normas” (Ez 36, 26-27).
Por
tanto, hablar del “reinado del
Espíritu Santo” no es sino
hablar de la acción soberana que el Espíritu de Dios, que es el Espíritu de
Cristo, ejerce a cada momento, ininterrumpidamente, para santificar a la
Iglesia, Cuerpo de Cristo, y a cada uno de los miembros que la integran.
Reinar
es gobernar, es conducir, es ejercer su acción. El Espíritu Santo reina cuando
gobierna, cuando conduce, cuando guía, cuando mueve, cuando asiste, cuando
ilumina, cuando justifica, cuando consagra, cuando santifica, cuando comunica
vida...
Al reinado del Espíritu Santo
se le aplican absolutamente las características que la Liturgia canta del Reino
de Cristo: “Un reino eterno y universal; el reino de la verdad y de la
vida, el reino de la santidad y de la gracia, el reino de la justicia, del amor
y de la paz” (Prefacio de la Fiesta de Cristo, Rey del Universo).
Si
quisiéramos sintetizar esa acción del Espíritu, y, por tanto, el ejercicio
eficaz de su reinado, bastaría presentar algunos enunciados del Apóstol San
Pablo; ya que fue un eminente teólogo y un calificado místico del Espíritu
Santo.
Para el Apóstol:
— El Espíritu Santo es la Fuerza divina que entra en acción en la
proclamación del Evangelio: 1Ts 1, 2-6; 1Co 2, 1-5.
— El Espíritu Santo es el revelador de la sabiduría misteriosa de
Dios, que concibió eternamente el plan de salvación en Cristo Jesús: 1Co
2, 6-16; Ef 3, 5.
— Es el principio de la Alianza nueva, la Alianza del Espíritu, y,
por consiguiente, el autor de un ministerio y de un culto nuevo: 2Co 3,
4-11; Flp 3, 3; Ef 2, 18; 5, 18-20.
— Él es la promesa del Padre y de Jesús: Ga 3, 14.
— Dios obra la salvación del hombre mediante la acción santificadora
del Espíritu: 2Ts 2, 13-14; Rm 15, 16.
— El Espíritu actúa en el bautismo para hacer una nueva creación,
formando al hombre interior y siendo en él principio activo de una vida nueva:
1Co 6, 11; Ga 5, 16-25; 6, 7-8; Rm 2, 29; 7, 1-6; 8,1-17; Ef 3,
16; Tt 3, 5-6.
— Es el don que Dios ha
depositado en lo más secreto del corazón del hombre, transformándolo en
santuario del Espíritu y en morada de Dios: 1Ts 4, 8; 1Co 3, 16-17; 6, 19;
Ga 4, 6; Rm 5, 5; Ef 2, 22.
— El Espíritu Santo es quien derrama en nuestros corazones el amor
del Padre: Rm 5, 5; 15, 30; Col 1, 8; 2Tm 1, 7; y nos
da la experiencia íntima de ser hijos de Dios; Ga 4, 6; Rm 8, 12-17. Así,
él es en nosotros fuente de gozo y de esperanza: Ga 5, 22; Rm 14, 17; 15,
13.
— Habitando en el corazón del
creyente, el Espíritu Santo ora en nuestro interior con gemidos inenarrables y
nos ayuda constantemente en nuestras necesidades: Rm 8, 26-27; Flp 1, 19. Él
es la fuente de la libertad cristiana: 2Co 3, 17.
— El Espíritu Santo es el alma
que da vida al Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia: 1Co 12, 13; y es el
principio de comunión, es decir, de unión del creyente con Dios y con los demás
hermanos para formar el único Cuerpo de Cristo: 2Co 13, 13; Flp 1, 27; 2,
1; Ef 4, 3-4.
— Él es el dispensador generoso que distribuye la innumerable variedad
de dones y carismas que sirven para edificar la Iglesia: 1Ts 5, 19-22; 1Co
12; Rm 15, 19; Ef 1, 17.
— El Espíritu Santo es en el
corazón del creyente las arras de la gloría futura y él será el principio de
la resurrección de nuestros cuerpos mortales: 2Co 1, 21-22; Rm 8, 11; Ef
1, 13-14.
Después de esta visión
panorámica, podemos concluir que hablar del “reinado del Espíritu Santo” no es otra cosa sino: 1º comprender la acción que el Espíritu de
Dios despliega en el mundo y desarrolla en el misterio de la salvación y
santificación del hombre, y 2º entregarse con voluntad libre y total para que
ese mismo Espíritu realice en cada cristiano y en la comunidad entera su obra
salvadora y santificadora.
“El
reinado del Espíritu Santo” no consiste en que el Espíritu Santo comience
ahora a reinar, como si no lo hubiera hecho siempre; sino en que los cristianos
nos hagamos más conscientes, gracias a la luz del mismo Espíritu, de la acción
soberana y pluriforme que el Espíritu Santo despliega en la Iglesia y en cada
uno de los creyentes, y nos abramos plenamente y con toda nuestra libertad a
esa acción divina.
2.- LOS SANTOS PADRE Y EL
REINADO DEL ESPÍRITU SANTO.-
1. San Basilio Magno: La obra del Espíritu Santo.
— El Espíritu Santo “todo
lo llena con su poder, pero se comunica solamente a los que son dignos de ello,
y no a todos en la misma manera, sino que distribuye sus dones en proporción de
la fe de cada uno” (Sobre el Espíritu
Santo, c. 9, n. 22. Martes VII de Pascua).
— “Por el Espíritu Santo
se nos restituye el paraíso; por él podemos subir al reino de los cielos; por
él obtenemos la adopción filial; por él se nos da la confianza de llamar a Dios
con el nombre de Padre, la participación de la gracia de Cristo, el derecho
de ser llamados hijos de la luz, el ser partícipes de la gloria eterna, y, para
decirlo todo de una vez, la plenitud de toda bendición, tanto en la vida
presente como en la futura. Por él podemos contemplar como en un espejo, cual
si estuvieran ya presentes, los bienes prometidos que nos están preparados y
que por la fe esperamos llegar a disfrutar. En efecto, si tales son las arras,
¿cuál no será la plena posesión? Y si tan valiosas son las primicias, ¿cuál no
será su total realización?” (Sobre
el Espíritu Santo, c. 15, n. 36. Lunes IV de Pascua).
2. San Cirilo de Jerusalén: El Espíritu Santo, manantial de agua viva.
— “La vida verdadera y
auténtica es el Padre, fuente de la que, por medio del Hijo, en el Espíritu
Santo, manan sus dones para todos, y, por su benignidad, también a nosotros los
hombres se nos han prometido verídicamente los Bienes de la vida eterna” (Catequesis, n. 18, 26-29. Jueves V del
Tiempo ordinario).
— ¿Por qué el Espíritu Santo es presentado como “manantial de
agua viva”? Cirilo responde: “Así como
el agua es una y la misma, pero produce efectos diferentes (palmera, vid,
etc.); así también el Espíritu Santo,
siendo uno y el mismo, es la fuente de diversísimos dones y carismas: ‘A
cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad’”.
“Su actuación en el alma es suave y apacible, su experiencia es
agradable y placentera y su yugo es levísimo. Su venida va precedida de los
rayos brillantes de su luz y de su ciencia. Viene con la bondad de genuino
protector; pues viene a salvar, curar, enseñar, aconsejar, fortalecer,
consolar, iluminar en primer lugar la mente del que lo recibe y, después, por
las obras de éste, la mente de los demás”.
“Y, del mismo modo que el que se hallaba en tinieblas, al salir el sol,
recibe su luz en los ojos del cuerpo y contempla con toda claridad lo que antes
no veía; así también al que es hallado digno del Espíritu Santo se le ilumina
el alma y, levantado por encima de la razón natural, ve lo que antes ignoraba”
(Catequesis 16 sobre el Espíritu Santo. Lunes
VII de Pascua).
3.
S. S. EL BEATO JUAN PABLO II: Reinado de Cristo y del Espíritu.
“Reconozcámoslo francamente:
este misterio de la presencia trinitaria en la humanidad mediante el Reinado de
Cristo y del Espíritu es la verdad más bella y más letificante que la Iglesia
puede dar al mundo” (Audiencia general
22-XI-1989, catequesis sobre el Espíritu Santo).
3.
EL REINADO DEL ESPÍRITU SANTO EN LOS ESCRITOS DE CONCHITA
María
Concepción Cabrera de Armida
3 de
marzo (celebración)
Esposa,
madre, abuela y Fundadora (1862-1937)
UN
TESTIMONIO DE SANTIDAD SEGLAR
La Fama de
Santidad con la que brilló durante su vida, con el paso del tiempo fue
creciendo; por lo que el Arzobispo de México inició la Causa de beatificación y
canonización con el Proceso Ordinario instruido en los años 1956-1959, al que
se añadió el Proceso Rogatorial de San Luis Potosí.
El 11 de mayo
de 1982 se promulgó el decreto de la Introducción de la Causa y durante los
años 1982-1984 se instruyó el Proceso Apostólico en la misma Curia arzobispal
de la Ciudad de México. La autoridad y valor de estos Procesos fue aprobada por
la Congregación para los Santos por decreto promulgado el 27 de febrero de
1986.
Hecha la
Posición, se hizo la pregunta según las normas: "si la Sierva de Dios
había ejercitado las virtudes en modo heroico o no". El 2 de marzo de 1999
se tuvo el Congreso Peculiar de los Teólogos Consultores con buen resultado.
Los Padres Cardenales y Obispos después, en la Sesión Ordinaria del día 19 de
octubre siguiente, siendo Ponente el Eminentísimo Señor Cardenal Alfonso López
Trujillo, declararon que "la Sierva de Dios María de la Concepción Cabrera
había observado las virtudes teologales, las cardinales y las anexas a éstas en
forma heroica".
Finalmente,
hecha una cuidadosa relación de todas estas cosas al Sumo Pontífice Beato Juan
Pablo II, por el suscrito Prefecto, Su Santidad, recibiendo y teniendo por
válidos los votos de la Congregación para las Causas de los Santos, mandó que
se redactara el decreto sobre las virtudes heroicas de la Sierva de Dios.
Y declaró
solemnemente:
"Que en
este caso y para el efecto de que se trata, constan las virtudes teologales de
Fe, Esperanza y Caridad, tanto hacia Dios como hacia el prójimo y también de
las virtudes cardinales de Prudencia, Justicia, Templanza y Fortaleza y las
anexas a ellas, en grado heroico, de la Sierva de Dios Concepción Cabrera viuda
de Armida, Madre de familia".
El Sumo
Pontífice mandó que este decreto se haga de derecho público y se consigne en
las actas de la Congregación para las Causas de los Santos. Dado en Roma, el 20
de diciembre de 1999.
Las Obras que la Sierva de Dios: Concepción
Cabrera de Armida (Conchita) fomentó son:
1) El Apostolado de la Cruz, que impulsa a los que quieren santificar todos los actos de su vida.
2) La Congregación de las Hermanas de la Cruz del Sagrado Corazón de Jesús, cuyo principal propósito es, mediante una vida de continuo sacrificio y de adoración al Santísimo Sacramento, expiar las injurias inferidas al Corazón de Jesús.
3) La Alianza de Amor con el Corazón de Jesús, para los laicos que se esfuerzan en cultivar en el mundo el espíritu de las Religiosas de la Cruz.
4) La Liga Apostólica, que trata de reunir a los sacerdotes diocesanos que participan de las Obras de la Cruz.
5) La Congregación de Misioneros del Espíritu Santo, fundada por el Padre Félix de Jesús Rougier.
1) El Apostolado de la Cruz, que impulsa a los que quieren santificar todos los actos de su vida.
2) La Congregación de las Hermanas de la Cruz del Sagrado Corazón de Jesús, cuyo principal propósito es, mediante una vida de continuo sacrificio y de adoración al Santísimo Sacramento, expiar las injurias inferidas al Corazón de Jesús.
3) La Alianza de Amor con el Corazón de Jesús, para los laicos que se esfuerzan en cultivar en el mundo el espíritu de las Religiosas de la Cruz.
4) La Liga Apostólica, que trata de reunir a los sacerdotes diocesanos que participan de las Obras de la Cruz.
5) La Congregación de Misioneros del Espíritu Santo, fundada por el Padre Félix de Jesús Rougier.
El
documento Vaticano de reconocimiento habla de Conchita como una esposa que
"mientras cumplía con sus oficios de madre, secundando la vocación
religiosa de dos de ellos, desarrolló una amplia actividad apostólica
suscitando y favoreciendo el crecimiento de dos congregaciones religiosas,
dos obras laicales y una fraternidad sacerdotal. Al mismo tiempo,
diligentemente cultivó su vida interior. Editó muchos libros (actualmente
casi un millón de copias en diversas lenguas), escribió sobre su progreso
espiritual, sus fenómenos místicos y sobre su múltiple actividad
apostólica".
Luis María Martínez, Arzobispo de México y su director espiritual en los últimos doce años de su vida decía de ella: "Es una gran mística a la altura de las más grandes que ha tenido la Iglesia".
Para comprobarlo basta consultar
la obra publicada recientemente por el padre Juan Gutiérrez, "Concepción
Cabrera de Armida, Cruz de Jesús" que pone en manos de los lectores
casi la totalidad de los sesenta y seis volúmenes que forman el Diario
Espiritual de Conchita.
|
Interminable sería la tarea, si quisiéramos recoger de los 66 Tomos de
la Cuenta de Conciencia de Conchita cuanto escribió acerca de “el reinado del
Espíritu Santo”. Basta con hacer referencia a ciertos textos principales, que
—desde luego— deben ser leídos e interpretados a la luz de la Tradición de la
Iglesia.
1. El tiempo del reinado del Espíritu Santo.
— “¡Ha
llegado el tiempo de impulsar el reinad del Espíritu Santo!” (CC 50, 378. 13-11-1928).
— “En Dios no hay tiempo, y este
reinado del Espíritu Santo que ahora quiero en el mundo, Él ya lo vio, lo tiene
en Sí, como el principio y fin de los tiempos y todas las eternidades” (CC 40,
184, 26-1-1916).
— “No es una novedad o sólo un
pasatiempo, el que Yo haya señalado para estos tiempos el reinado del Espíritu
Santo en el mundo. Tiene esta voluntad de la Trinidad grandes planes de grandes
bienes para la Iglesia, para las almas y para su gloria, en este reinado pleno
del Espíritu Santo”
(50, 377. 13-11-1928).
2. El reinado de Jesús es el reinado del
Espíritu Santo.
— “Quiero
reinar en el mundo como Rey de paz y de amor; quiero que se proclame por todo
el universo mi realeza, mi dominio de caridad y de unión; quiero dominar pero
con el cetro de paz, pacificando naciones y corazones: ¡quiero reinar por el
Espíritu Santo!” (CC 49, 333. 13-XI-1927).
3. Un
reinado que abarque el mundo entero: el exterior y el interior, en los
corazones, en la Iglesia, en los sacerdotes, en las almas.
— “Mi
Corazón ansía su reinado (del E.S.) en el mundo interior y en el exterior,
porque entonces, trocándose, se encenderían las almas, se avivaría su fe,
glorificando’a la Trinidad. ¡Que reine ya el Amor, que es el Espíritu Santo!”
(CC 40, 191. 28-1-1916).
— “Es mi voluntad que en todo el
mundo se clame al Espíritu Santo, implorando la paz y su reinado en los
corazones. Sólo este Santo Espíritu puede renovar la faz de la tierra, y traerá
la luz, la unión y la caridad a los corazones” (CC 42, 155. 27-IX-1918).
4. Finalidad
y efectos del reinado del Espíritu Santo.
1º Dar a conocer al Padre y a Jesús, dando así gloria a la Trinidad:
— “Quiere
reinar el Espíritu Santo en los corazones y en el mundo entero para hacer amar
al Padre, y dar testimonio de Mí, calcándome en los corazones y glorificándome,
aunque la gloria de Él es la de toda la Trinidad” (CC 40, 181. 26-1-1916).
— “¡Que
reine el Espíritu Santo y el mundo me conocerá y amará en Mí a la Divinidad,
una con la del Padre y el Espíritu Santo, no partida ni revuelta en tres
divinidades, sino en la unidad de la Trinidad!” (CC 60, 384, 3-IV-1933).
2º Hacer revivir la fe, descubrir el valor
de la cruz, destruir el reinado de Satanás y del sensualismo, transformar a
los hombres en Cristo, renovar la faz de la tierra:
— “A
medida que el Espíritu Santo reine, se irá destruyendo el sensualismo que hoy
inunda la tierra, y nunca enraizará la cruz si antes no prepara el terreno el
Espíritu Santo. Por esto se apareció El primero a tu vista que la Cruz, por
esto preside en la Cruz del Apostolado” (CC 35,71. 19-11-1911).
— “Extender
el reinado del Espíritu Santo es destruir el de Satanás, es acercar las almas a
mi Corazón, regenerarlas por la cruz, porque al acercarse al Espíritu Santo,
con su luz les muestra el camino del dolor, con su influencia lo suaviza y con
su consolación las alegra, haciéndoles fácil el camino de las virtudes” (CC 40,
189. 26-1-1916).
— “Sólo
este Santo Espíritu puede renovar la faz de la tierra, y traerá la luz, la
unión y la caridad a los corazones” (CC 42, 155. 27-IX-19 18).
5. El
reinado del Espíritu Santo y la Virgen María.
El reinado del Espíritu Santo traerá un conocimiento nuevo del papel y
de la misión de la Santísima Virgen María en el plan de la salvación.
— “Para estos
últimos tiempos destinados al reinado del Espíritu Santo, y triunfo final de la
Iglesia, estaban reservados el honrar los martirios de la soledad de María” (CC
41, 286. 30-VI-19l7).
— “Ahora
que va a renacer el reinado del Espíritu Santo, como un nuevo Pentecostés,
saldrá María a relucir, saldrá a la luz esta Esposa amadísima para que se
canten sus glorias a la par que las de ese Divino Espíritu, y a continuar
siendo instrumento de las operaciones de gracias...” (CC 41, 303. 2-VII-l917).
6. El reinado del Espíritu Santo y los sacerdotes.
— “Necesito
sacerdotes santos, enamorados de mi Corazón, que impulsen el reinado del Espíritu
Santo en las almas” (CC 37. 18. l8-VI-1912).
— “Vendrá
el reinado del Espíritu Santo en las almas de mis sacerdotes” (CC 51, 137.
11-1111928).
— “Ha
llegado la hora del triunfo del Espíritu Santo en mis sacerdotes; pero tienen
que ir simultáneamente el reinado del Espíritu Santo en el mundo con la
transformación de los sacerdotes en Mí. De mis sacerdotes depende muy especialmente
el éxito de este reinado del Espíritu Santo en el mundo, porque ellos son el
conducto de mi Iglesia para espiritualizar lo materializado, usando de todos
los medios santos del Espíritu Santo” (CC 51,
241. 27-111-1928).
— “No
me cansaré de insistir en el reinado pleno, absoluto y sin estorbos del
Espíritu Santo en el alma de los sacerdotes... Para que reine el Espíritu
Santo, necesito corazones puros” (CC 52. 235. 29-VIII- 1928).
7. “Un nuevo Pentecostés que establezca el reinado del Espíritu
Santo”.
Y como síntesis del pensamiento de Conchita acerca del Reinado del
Espíritu Santo, podemos citar una frase que en sus intuiciones espirituales
será también la culminación de la misión que el Señor ha confiado a las Obras
de la Cruz:
“Tal será la consumación en
la tierra de las Obras de la Cruz: ¡un nuevo Pentecostés que establezca sobre
la tierra el reinado del Espíritu Santo!” (CC 44, 174. 2-1-1 924).
4.- EL REINADO DEL
ESPÍRITU SANTO.
Doy gracias a Dios porque como decía el principio de este tema,
ya ha llegado la hora del Reinado del Espíritu Santo y del triunfo de la
Iglesia. Por esto quiero terminar con algunas ideas a este respecto a partir
del Catecismo de la Iglesia Católica, porque el catecismo como dijo el Beato papa
Juan Pablo II en Roma el 26 de marzo de 1993: “es el compendio de la única y
perenne fe católica, y norma auténtica y segura para la enseñanza de la
doctrina” de la Iglesia.
1. En Dios Padre, Hijo y Espíritu
Santo, hay una sola naturaleza y una sola operación.
Los números 258 y 259 forman parte del conjunto
doctrinal que trata de “las obras divinas y las misiones trinitarias”. La
enseñanza central es ésta: Todo cuanto hace Dios es obra común del Padre, y
del Hijo, y del Espíritu Santo, porque en Dios hay una sola naturaleza y,
por consiguiente, hay una sola operación; sin embargo, cada persona divina
realiza la obra según su propiedad personal. De aquí se desprenden
fórmulas-síntesis que expresan la acción de Dios, como son las siguientes: “Del
Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo”; “Al Padre, por el Hijo, en el
Espíritu Santo”; “Por Cristo al Padre en la unidad del Espíritu Santo”; “Tú,
Padre, por Jesu-Cristo en el poder del Espíritu Santo”; “Gloria al Padre, y al
Hijo y al Espíritu Santo”.
258 Toda la economía divina es la obra común de las tres
personas divinas. Porque la Trinidad, del mismo modo que tiene una sola y
misma naturaleza, así también tiene una sola y misma operación (cf Cc. de
Constantinopla, año 553; DS 421). “El Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo no son tres principios de las criaturas, sino un solo principio”
(Cc. de Florencia, año 1442: DS 1331). Sin embargo, cada persona divina realiza
la obra común según su propiedad personal.
Así la Iglesia confiesa, siguiendo al Nuevo Testamento (cf 1 Co 8,6): “uno
es Dios y Padre de quien proceden todas las cosas, un solo Señor Jesucristo
por el cual son todas las cosas, y uno el Espíritu Santo en quien son todas
las cosas” (Cc. de Constantinopla II: DS 421). Son, sobre todo, las
misiones divinas de la encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo las
que manifiestan las propiedades de las personas divinas.
259 Toda la economía divina, obra a la vez común y
personal, da a conocer la propiedad de las personas divinas y su naturaleza
única. Así, toda la vida cristiana es comunión con cada una de las personas
divinas, sin separarlas de ningún modo. El que da gloria al Padre lo hace
por el Hijo en el Espíritu Santo; el que sigue a Cristo, lo hace porque el
Padre lo atrae (cf Jn 6,44) y el Espíritu lo mueve (cf Rm 8,14).
2. El tiempo presente es el tiempo del Espíritu.
El número 672 está enmarcado en el 7º artículo
del Credo, que se refiere a la segunda Venida de Cristo, al final de los
tiempos: “Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos”. Entre la
Ascensión de Jesús y su retorno para establecer definitivamente el glorioso
Reino mesiánico, corre el tiempo presente en el cual nos encontramos: “Este
tiempo es el tiempo del Espíritu Santo y del testimonio”.
672 El tiempo presente, según el Señor, es el tiempo
del Espíritu y del testimonio (cf Hch 1,8), pero es también un tiempo
marcado todavía por la “tristeza” (1 Co 7,26) y la prueba del mal
(cf. Ef 5,16) que afecta también a la Iglesia (cf 1 P 4,17) e
inaugura los combates de los últimos días (1 Jn 2,18; 4,3; 1 Tm 4,1). Es un
tiempo de espera y de vigilia (cf Mt 25,1-13; Mc 13,33-37).
3. Es justo que el Espíritu Santo reine.
El número 703 se encuentra dentro del artículo 8º:
“Creo en el Espíritu Santo”, y más específicamente en la sección que trata de
la acción con-junta de la Palabra de Dios y de su Espíritu en la creación del
mundo.
703 La Palabra de Dios y su Soplo están en el origen del ser y de la vida
de toda creatura (cf Sal 33,6; 104,30; Gn 1,2; 2,7; Ecl 3,20-21; Ez 37,10): Es
justo que el Espíritu Santo reine, santifique y anime la creación porque es
Dios consubstancial al Padre y al Hijo... A El se le da el poder sobre la vida, porque
siendo Dios guarda la creación en el Padre por el Hijo (Liturgia bizantina,
Tropario de maitines de los domingos del segundo modo).
4. La Pascua de Cristo se consuma con la efusión
del Espíritu Santo.
Los números 731-732, dentro del mismo artículo 8º,
definen lo que esencialmente fue Pentecostés: La consumación de la Pascua de
Jesús, la efusión del Espíritu Santo, la revelación plena de la Santísima
Trinidad, la apertura de las puertas del Reino anunciado por Cristo, y el
inicio de los “últimos tiempos”, el tiempo de la Iglesia.
731 El día de Pentecostés la Pascua de Cristo se
consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como
Persona divina: desde su plenitud, Cristo, el Señor (cf Hch 2,36), derrama
profusamente el Espíritu.
732 En este día se revela plenamente la Santísima
Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por Cristo está abierto a todos los
que creen en Él: en la humildad de la carne y en la fe, participan ya en la
Comunión de la Santísima Trinidad. Con su venida, que no cesa, el Espíritu
Santo hace entrar al mundo en los “últimos tiempos”, el tiempo de la Iglesia,
el Reino ya heredado, pero todavía no consumado: Hemos visto la verdadera
Luz, hemos recibido el Espíritu celestial, hemos encontrado la verdadera fe:
adoramos la Trinidad indivisible porque ella nos ha salvado (Liturgia
bizantina, Tropario de Vísperas de Pentecostés; empleado también en las
liturgias eucarísticas después de la comunión).
5. “Rey celeste, Espíritu
Consolador...”
El número 2671 pertenece a la cuarta parte del
Catecismo, cuando se trata del camino de la oración. La oración va al Padre y
a Jesús, pero sólo es posible gracias al influjo del Espíritu Santo. Por tanto,
hay que pedir al Padre, por Cristo, que nos dé su Espíritu, y hay que invocar
al mismo Espíritu Santo para que se digne venir a nosotros.
2671 La forma tradicional para pedir el Espíritu Santo es
invocar al Padre por medio de Cristo nuestro Señor para que nos dé el Espíritu
Consolador (cf Lc 11,13)... Pero la oración más sencilla y la más directa es
también la más tradicional: “Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus
fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor” (cf Secuencia de
Pentecostés). Rey celeste, Espíritu Consolador, Espíritu de Verdad, que estás
presente en todas partes y lo llenas todo, tesoro de todo bien y fuente de la
vida, ven, habita en nosotros, purifícanos y sálvanos, Tú que eres bueno
(Liturgia bizantina, Tropario de vísperas de Pentecostés).
6. El Reino del Espíritu Santo.
Finalmente, los números 2806, 2818 y 2819 se hallan en
la explicación sobre las siete peticiones del “Padre Nuestro”, y
particularmente cuando trata de la segunda: “Venga a nosotros tu Reino”.
La venida del Reino es obra del Espíritu Santo, y los tiempos en que
estamos son los últimos, y son los de la efusión del Espíritu Santo.
2806 Mediante las tres primeras peticiones (del “Padre
Nuestro”) somos afirmados en la fe, colmados de esperanza y abrasados por la
caridad. Como criaturas y pecadores todavía, debemos pedir para nosotros, un
“nosotros” que abarca el mundo y la historia, que ofrecemos al amor sin medida
de nuestro Dios. Porque nuestro Padre cumple su plan de salvación para
nosotros y para el mundo entero por medio del Nombre de su Cristo y del Reino
de su Espíritu Santo.
7. El Reino de Dios, obra del Espíritu del Señor.
2818 En la Oración del Señor, se trata principalmente de
la venida final del Reino de Dios por medio del retorno de Cristo (cf Tt 2,13).
Pero este deseo no distrae a la Iglesia de su misión en este mundo, más bien la
compromete. Porque desde Pentecostés, la venida del Reino es obra del Espíritu
del Señor “a fin de santificar todas las cosas llevando a plenitud su obra en
el mundo” (MR, plegaria eucarística IV).
8.
Los últimos tiempos son los de la efusión del Espíritu
Santo.
2819 “El Reino de Dios es justicia
y paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rm 14,17). Los últimos tiempos, en los
que estamos, son los de la efusión del Espíritu Santo. Desde entonces está
entablado un combate decisivo entre “la carne” y el Espíritu (cf Ga
5,16-25).
CONCLUSIÓN
Desear y rogar que se
establezca y se extienda en el mundo “el
reinado del Espíritu Santo” no es otra cosa que elevar al Padre la
oración misma de Jesús, que decía: “¡Venga a nosotros tu Reino!”.
Ahora bien, la noción de “el reinado del Espíritu Santo” está vinculada al misterio de Pentecostés
y depende de él.
El día en que Cristo
glorificado, vivo y presente en la comunidad cristiana, estableció de manera
singular el reinado de Dios, mediante la efusión del Espíritu Santo, fue un día
excepcional en la historia de la humanidad. A partir de ese momento comenzó en
el mundo, de manera nueva, el reinado del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, o “el reinado del Padre, por
Jesucristo, en el poder del Espíritu Santo”.
Este reinado trinitario continuará desarrollándose incesantemente a través de los siglos hasta que llegue a su perfección y plenitud el día de la Parusía, día de la Manifestación gloriosa de Cristo Jesús, nuestro Señor (1Co 15, 24-28).
Entretanto, la Iglesia de Cristo no se cansa de rogar y de invocar diariamente al Espíritu Santo, clamando:
Entretanto, la Iglesia de Cristo no se cansa de rogar y de invocar diariamente al Espíritu Santo, clamando:
“¡Ven, Espíritu Santo!
¡Llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos el fuego de tu amor!”.
Y
nosotros, fieles hijos suyos, le hacemos eco con nuestra plegaria:
“¡Ven, ven a reinar, Espíritu de Amor!
¡Ven a inflamar a este mundo pecador!”
ORACIÓN DE CONSAGRACIÓN DE MÉXICO
AL ESPÍRITU SANTO
Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, 20 de abril
de 2009
[Los Obispos, exclusivamente]
Espíritu Santo,
fuente de vida y santidad,
hoy, los Obispos de México,
a los pies de Santa María
de Guadalupe, te renovamos
la consagración de nuestra patria.
En
este delicado momento de nuestra historia,
recurrimos a ti, Espíritu del Padre y del Hijo,
para que reavives nuestra fe y nuestra esperanza
y nos impulses a construir una nación más justa, fraterna y solidaria.
recurrimos a ti, Espíritu del Padre y del Hijo,
para que reavives nuestra fe y nuestra esperanza
y nos impulses a construir una nación más justa, fraterna y solidaria.
Llena
de tus dones y carismas a quienes hemos recibido el bautismo,
para que, como discípulos, escuchemos y vivamos el Evangelio,
y, como misioneros, anunciemos a Jesucristo
hasta los últimos rincones de nuestro país, y más allá de sus fronteras.
para que, como discípulos, escuchemos y vivamos el Evangelio,
y, como misioneros, anunciemos a Jesucristo
hasta los últimos rincones de nuestro país, y más allá de sus fronteras.
Derrama
tu fuerza y tu luz sobre los laicos y las laicas,
para que con su testimonio de vida y su acción apostólica
transformen desde dentro las realidades temporales
y hagan que nuestros pueblos tengan vida en abundancia.
para que con su testimonio de vida y su acción apostólica
transformen desde dentro las realidades temporales
y hagan que nuestros pueblos tengan vida en abundancia.
Espíritu
santificador, ¡ven sobre las personas consagradas!,
para que, siguiendo radicalmente a Jesucristo,
y colaborando, desde su carisma, en la misión eclesial,
impulsen el establecimiento del reinado de Dios en nuestra patria.
para que, siguiendo radicalmente a Jesucristo,
y colaborando, desde su carisma, en la misión eclesial,
impulsen el establecimiento del reinado de Dios en nuestra patria.
Y a
nosotros, Obispos de la Iglesia en México,
juntamente con los diáconos y presbíteros de nuestras Diócesis,
transfórmanos en Jesucristo, Buen Pastor,
e impúlsanos a entregar la vida sirviendo al Pueblo de Dios.
juntamente con los diáconos y presbíteros de nuestras Diócesis,
transfórmanos en Jesucristo, Buen Pastor,
e impúlsanos a entregar la vida sirviendo al Pueblo de Dios.
[Todas
las personas presentes en la celebración]
Espíritu
creador, al igual que en la mañana de Pentecostés,
estamos hoy reunidos en oración, con María, nuestra Madre;
que ella sea la estrella de la nueva evangelización
que quienes creemos en Cristo debemos realizar en estos tiempos difíciles.
estamos hoy reunidos en oración, con María, nuestra Madre;
que ella sea la estrella de la nueva evangelización
que quienes creemos en Cristo debemos realizar en estos tiempos difíciles.
Fuego
divino, ¡ven a nosotros, úngenos, conságranos!,
y realiza en nuestra patria las maravillas que obraste al comienzo de la Iglesia,
para que esta consagración dé inicio a un nuevo Pentecostés,
y lleguemos a ser el país de la esperanza, del amor, de la alegría y de la paz.
y realiza en nuestra patria las maravillas que obraste al comienzo de la Iglesia,
para que esta consagración dé inicio a un nuevo Pentecostés,
y lleguemos a ser el país de la esperanza, del amor, de la alegría y de la paz.
Amén.
Mn. Alberto Jiménez Moral; Rector
Encuentro de Adoración,
Alabanza, Crecimiento y Fraternidad
Parròquia Sant
Joan Baptista, Montgat, Barcelona, 17 de junio del 2012