LA IGLESIA ESTÁ VIVA Y ES JOVEN
He querido poner este título, de “la Iglesia está viva y es joven”;
sacado de la homilía del Santo Padre Benedicto XVI, en el Solemne inicio de su
Pontificado, el 24 de abril del 2005; y recordando el testimonio del Beato Juan
Pablo II, dijo: “El deja una Iglesia más
valiente, más libre, más joven. Una Iglesia que, según su enseñanza y su
ejemplo, mira con serenidad al pasado y no tiene miedo del futuro”. Y casi
al final decía: “La Iglesia de hoy debe
reavivar en sí misma la conciencia de la tarea de volver a proponer al mundo la
voz de Aquel que ha dicho: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no
caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida". Creo que
estas palabras del Papa expresan la realidad de lo que vivimos en la actualidad
en la Iglesia y al mismo tiempo es un continuo reto para la Iglesia que se
manifiesta cada vez más como un pueblo de santos y de mártires.
Vivir la fe hoy y anunciarla con
valentía en un mundo cada vez más ateo, exige de cada uno de nosotros santidad
y martirio. La Evangelización, que el mundo necesita, no la tenemos que
inventar nosotros; ya esta inventada, lo que debemos hacer es vivirla en
profundidad y radicalidad, siguiendo los mandatos del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo y no los del mundo. El padre Rainiero Cantalamesa, decía el
domingo 6º de pascua que “el Espíritu
Santo necesita de nosotros”; me parece toda una gran revelación, porque
siempre hemos pensado que nosotros necesitamos de Él, pero que Él nos necesite
es otra cosa. Aquí se abre una puerta nueva a la Evangelización, ya que el
agente principal de la evangelización como nos recordaba el Papa Pablo VI en la
encíclica Evangeli Nuntandi (1975), cuenta con nosotros.
Nosotros, en nuestra Bendita Renovación, hemos recibido una nueva efusión del
Espíritu Santo que nos ha hecho entre otras cosas tomar conciencia que somos un nuevo pueblo de Dios, un
sacerdocio real, una nación santa (1Pe 2, 9). Esta experiencia nos hace
preguntarnos sobre nuestra Iglesia Santa y pecadora. La iglesia se salvara por el Espíritu Santo y por María como le
dijo Nuestro Señor a la Sierva de Dios Concepción Cabrera de Armida en México
a principios del siglo pasado, el siglo
XX. Por eso ahora quiero hablaros sobre la Iglesia de Pentecostés, para
descubrir cómo debería de ser nuestra Iglesia del siglo XXI y nuestra
evangelización. Nuestra acción pastoral en este mundo nuestro, tan convulsionado.
Quiero comenzar
este tema de hoy desde unas palabras
del Padre Marcelino Iragui, O.C.D., conocido por todos. El después de explicar
que la Iglesia es el nuevo Cuerpo de Cristo y el triple efecto de Pentecostés;
nos pone un pequeño resumen y nos plantea dos preguntas, que el mismo,
contesta. Pienso que esto podría ser una buena introducción a nuestro tema de
hoy:
“...el
Espíritu produce este triple efecto: a) crea comunidad, b) la hace carismática,
c) la mueve a evangelizar. Comunidad carismática evangelizadora es la iglesia tanto
universal como local.
Si nos preguntamos ¿por qué unos
cristianos crecen más que otros? La respuesta podría ser: porque unos están más
integrados en la comunidad, más abiertos a los carismas y tienen más espíritu
misionero.
Y si nos preguntamos ¿por qué unas
comunidades crecen visiblemente y otras no? La respuesta podría ser: porque
unas ponen “todo en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz”
(Ef 4, 3); mientras otras se ven perturbadas por divisiones, protagonismos y
quejas. Porque unas aceptan con sencillez y usan con discernimiento todos los
dones del Espíritu; mientras otras confían más en su propia organización y
recursos humanos, y miran con recelo los dones de arriba. Porque unas se
esfuerzan en compartir la Buena Nueva y proclamarla en su entorno; mientras a
otras les falta el sentido de misión”.
(Encuentro con Jesús, p. 142).
Fruto de
Pentecostés es la Iglesia. La Iglesia
nace del costado abierto de Jesús en la Cruz, pero se manifiesta y es enviada
en Pentecostés. Es la Iglesia que tiene "un
solo corazón y una sola alma" (Hch 4, 32), la iglesia evangelizadora. "En un solo Espíritu hemos sido todos
bautizados, para no formar más que un cuerpo y todos hemos bebido de un mismo
Espíritu" (1Cor 12, 13). ¡Qué
bueno es pensar en esta Iglesia y sobre todo vivirla y amarla con intensidad!
En los Hechos de los Apóstoles tenemos
dos descripciones de la comunidad primitiva: "Acudían a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la
fracción del pan y a las oraciones. El temor se apoderaba de todos, pues los
apóstoles realizaban muchos prodigios y señales. Todos los creyentes vivían
unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y sus bienes y repartían el
precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían al templo todos los
días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y
tomaban el alimento con alegría y con sencillez de corazón. Alababan a Dios y
se ganaban la simpatía de todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la
comunidad a los que se habían de salvar" (Hch 2, 42- 47).
"La
multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie
llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos. Los
apóstoles daban testimonio con gran poderle la resurrección del Señor Jesús. Y
gozaban todos de gran simpatía. No había entre ellos ningún necesitado, porque
todos los que poseían campos o casas
los vendían, traían el importe de la
venta, y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno
según su necesidad" (Hch 4,
32-35).
Hoy está de gran actualidad regresar a las fuentes. “Id a las fuentes”, repetía el gran humanista Erasmo de Rotterdam.
Ante la celebración del año 2000, del Gran jubileo, la Iglesia también volvió
su mirada hacia sus orígenes. Ella desea ahondar en sus albores y raíces. El
primer libro de Historia de la Iglesia es “Hechos de los Apóstoles”, al cual se
le denomina también “Quinto Evangelio” o “Evangelio del Espíritu Santo”. En
este libro S. Lucas describe con toda nitidez la génesis y el desarrollo de la
Primera Iglesia Cristiana, la de Jerusalén. Esta comunidad fue modelo y
paradigma de las restantes del Nuevo Testamento y, por supuesto, de toda la
Historia de la Iglesia hasta hoy.
En sus
comienzos vemos que está integrada por 120 personas (Hechos 1, 15). Este grupo comprende la única Iglesia, que Jesús realmente funda
y es la que engendra, a su vez, las otras Iglesias. Esta Iglesia desaparece
prácticamente con la destrucción de Jerusalén por Roma en el año 70, teniendo
una supervivencia de treinta y siete años.
1.- LA
IGLESIA DE PENTECOSTÉS.
¿COMO ERAN LOS APOSTOLES DESPUES DE LA RESURRECCION DE JESUS Y ANTES DE
PENTECOSTES?
Los apóstoles habían recibido la gracia de conocer a Jesús,
de recibir todas sus enseñanzas y de haber disfrutado durante varios años de su
compañía y de su amistad.
En la Cena Pascual habían recibido la consagración
sacerdotal: “Haced esto en memoria mía”.
Hablan recibido la misión universal de
predicar la Buena Nueva a toda la gente. “Como mi Padre me envió así yo os
envío”.
“Id por todo el mundo y proclamad la Buena
Nueva a toda la creación” (Mc 16, 15); y pudieron comprobar de muchas maneras
la resurrección de Jesús.
“A estos mismos, después de su pasión, se
les presentó dándoles pruebas de que vivía, apareciéndoseles durante cuarenta
días” (Hch 1, 3).
Pero a pesar de todas estas gracias, eran
unas personas miedosas que “mantenían las puertas cerradas, por miedo a los
judíos” (Juan 20, 19).
Tomás era especialmente Incrédulo (Jn 20,
24).
Retornan a las labores de pesca en
el Mar de Tiberíades (Jn 21, 3).
Y lo que es peor, continuaban pensando en el Reino
temporal de Jesús. Poco antes de la Ascensión de Jesús, y cuando Él les hace
la promesa de enviarles el Espíritu, le preguntaron: “¡Señor! ¿Es ahora
cuando vas a restablecer el Reino de Israel?” (Hch 1, 6). ¿Con unos hombres
así habría podido Jesús extender el Reino a todo el mundo? ¡Imposible!
Era necesario que “fuesen bautizados en
el Espíritu Santo” (Hch 1, 5) para que con su poder, llegasen a ser sus
testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta los confines de la
tierra (Hch 1, 8).
Cuando vemos lo que eran los apóstoles después
de la resurrección de Jesús y antes de recibir su Pentecostés, nos vemos
retratados en ellos.
Los apóstoles de hoy, son los Obispos y
Sacerdotes; por eso quiero mirar a mis hermanos en el Sacerdocio Único de
Cristo Jesús. Nosotros, Presbíteros y Obispos, hemos tenido la gracia de
conocer a Jesús y su doctrina a lo largo de muchos estudios. Creemos en su
resurrección y en su divinidad. Recibimos el don del Sacerdocio Ministerial y
la misión de llevar la Buena Nueva a todo el mundo.
Jesús nos ha llamado sus amigos y ora por
nosotros, somos “otros Cristos” por nuestra vocación, nuestra misión y
nuestros poderes.
¿Pero cómo somos? ¿No tenemos criterios carnales
y preocupaciones de tipo temporal en nuestra pastoral? ¿No estamos pensando en
nuestro pequeño reino temporal, personal en vez de dedicarnos totalmente al
REINO?
¿El miedo no nos impide entregarnos como
siervos a Nuestro Señor, sin reservas y llevar su mensaje sin adulterarlo ni
mutilarlo?
¿No dedicamos mucho tiempo a empresas temporales
prefiriendo la pesca en el lago, a la entrega total al servicio del Señor?
¿Estamos llenos del poder del Espíritu,
para ser testigos de Jesús Resucitado en todas partes?
Descubrir nuestra realidad será una gracia
muy grande.
Pero antes de seguir adelante, quiero
recordaros lo que nos decía San Pedro y San Juan: “Pero vosotros sois linaje
elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar
las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz” (1Pe
2, 9), “Y ha hecho de nosotros un Reino de sacerdotes para su Dios y Padre,
a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén” (Ap 1, 6).
Todos somos sacerdotes y por tanto esta reflexión que acabó de hacer es válida
para todos los que estamos aquí hoy, y de una forma muy especial para toda la
Renovación Carismática Católica.
BAUTIZADOS EN EL ESPIRITU SANTO
Los once apóstoles obedecieron la orden de
Jesús: se volvieron del monte de los Olivos a Jerusalén, subieron a la
estancia superior donde vivían “y todos ellos perseveraban en la oración con
un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María la Madre de Jesús y
de sus hermanos” (Hch 1, 12-15).
“Uno de aquellos días, fue agregado
Matías al número de los doce apóstoles” (Hch 1, 26).
En este pasaje recibimos una gran lección y
es la de que todo Pentecostés tiene que ser preparado con intensa oración.
Jesús mismo recibe el Espíritu Santo en el
Jordán “cuando estaba en oración” (Lc 3,21); y cuando habló de la
eficacia de la oración dijo: “si vosotros siendo malos, sabéis dar cosas
buenas a vuestros hijos, cuanto más el Padre del Cielo, dará el Espíritu Santo
a los que se lo pidan” (Lc 11, 13).
Pablo VI dijo en su homilía de mayo de
1975: “El encuentro con el Espíritu Santo y Santificador, tiene lugar en el
secreto del corazón”.
Por eso los apóstoles, antes del gran día,
“perseveraban unánimes en la oración con María la Madre de Jesús”; es el
primero y maravilloso retiro espiritual. La primera novena de la Iglesia, que
fue al Espíritu Santo, como decíamos esta mañana; antes de recibir la fuerza
del Espíritu de Pentecostés.
Por eso vemos cómo en la Renovación Espiritual
Carismática, por lo general, la que llamamos efusión o bautismo en el Espíritu
Santo, se da al final de un Seminario
de Vida en el Espíritu y en un grupo fraternal de oración, en una comunidad
como hoy, la nuestra de Montgat.
En la medida en que
con el corazón digamos: “Ven Espíritu Santo, ven Espíritu Creador”. El
vendrá con la plenitud de su amor y con la riqueza de los dones, como lo ha
hecho, lo está haciendo ahora mismo, como lo hará siempre que se lo pidamos al
Padre por Jesús.
PENTECOSTES
“Llegado el día a de Pentecostés, estaban todos reunidos
en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de
viento impetuoso que llenó toda la casa en que se encontraban. Se les
aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre
cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a
hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. Habla en
Jerusalén hombres piadosos que allí residían, venidos de todas las naciones
que hay bajo el cielo” (Hch 2, 1-5).
Su Santidad Pablo VI , describió así lo que
fue ese primer Pentecostés: “En este momento, la preparación desemboca ya en
el cumplimiento del misterio de Pentecostés: el Espíritu Santo, es decir,
Dios-Amor vive en el alma, e inmediatamente el alma se siente invadida por una
imprevista necesidad de abandonarse al AMOR, a un super-amor; y al mismo
tiempo, se siente como sorprendida, por una insólita valentía, la valentía
propia de quien es feliz y está seguro; la valentía a de hablar, de cantar, de
proclamar a los demás, a todos, ‘las grandezas de Dios’ (Hch 2, 11); he
aquí que estalla el milagro de las lenguas, que para nosotros, lejanos pero no
indolentes herederos de tan gran prodigio, se traduce en la felicidad del
testimonio a todos, para todos, en un ilimitado radio de apostolado. No sólo de
ministerio, sino de positiva, voluntaria y animosa actividad efusiva y difusiva
del mensaje de Cristo; de apostolado, repetimos.
“Detengamos hoy
aquí nuestro anuncio de Pentecostés: es el anuncio del don de una nueva vida
interior, animada por la presencia y la fuerza de Dios que se comunica en
amor; es la sublimación de la vida natural, en la vida sobrenatural, vida de
gracias, se entiende así de forma consciente y personal la doble vocación de
nuestro pobre ser caduco, tímido, inepto, que se hace capaz de contemplación
interior y de acción exterior; es el día del nacimiento de la Iglesia
apostólica, una, católica, santa; nuestra Iglesia, la Iglesia de Cristo.
¡Exultemos!” (Mayo 18 de 1975).
El texto de los Hechos sintetiza esta
maravillosa realidad con estas palabras: “quedaron todos llenos del
Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el espíritu les
concedía expresarse” (Hch 2, 4).
Y es que en estas cortas palabras está
expresada en síntesis muy rica, la doble proyección de la efusión del
Espíritu: a) la personal; b) la comunitaria o pastoral.
Los Apóstoles “quedaron llenos del
Espíritu Santo” para su santificación personal y para poder proclamar en
toda lengua las maravillas de Dios (Hch 2, 11).
Reciben en sus personas el poder del
Espíritu y con él, se convierten en testigos de Jesús resucitado (Hch 1, 8).
Esta doble finalidad de todo Pentecostés,
debe ser reconocida con claridad por todo aquel que reciba esta gracia. Todo
Pentecostés tiene como fin, renovar integralmente la persona y, después por
medio de ella, renovar a muchas otras tal como sucedió con los apóstoles.
Se recibe el fuego del Espíritu para
abrasarse y luego abrasar a muchos. Toda experiencia del amor de Dios, se
vuelve comunicación e irradiación.
En el pasaje de los hechos, vemos cómo los
apóstoles reciben con esta plenitud personal del Espíritu, un gozo tan grande,
que al proclamar las maravillas de Dios, dan, la sensación de “estar llenos
de mosto” (Hch 2, 13) y enseguida abren las puertas y “Pedro se presenta con los once” para
comunicar a la multitud, el maravilloso kerigma de la resurrección,
glorificación y señorío de Jesús (Hch 2, 14ss).
EFECTOS PERSONALES DE
PENTECOSTES
¿Cuáles fueron los principales efectos
producidos por el Espíritu Santo en la persona de cada uno de los Apóstoles?
l. La
santificación personal: El Espíritu Santo es el santificador y
cuando se comunica a una persona, la santifica. Por eso los apóstoles al
recibir en Pentecostés la plenitud del Espíritu, fueron santificados por El de
una manera especial. Desde ese momento fueron los “Santos Apóstoles”,
como los llama la Iglesia en el Canon de la Santa Misa.
Santificados por el Espíritu Santo, podrían
ser canales de santidad para la Iglesia llamada a la santidad (LG. 5). Y
sabemos que la esencia de la santidad “es el amor que el Divino Espíritu
derrama en los corazones” (Rm 5, 5) y que en forma de “lenguas de
fuego”, abrasó el corazón de los apóstoles (Hch 2, 2).
2. El gozo:
La experiencia intensa que tuvieron los apóstoles de la presencia de la
persona y del amor del Espíritu Santo en ellos, les produjo un gozo intenso que
abarcó todo su ser y que fue manifestado para todos los que, atraídos por el
fenómeno externo, se acercaron al cenáculo.
Lo primero que hace “Pedro, cuando
levanta la voz con los once” (Hch 2, 14) es explicar que ellos no están
borrachos sino que en ellos se ha cumplido la profecía de Joel “Derramaré mi
Espíritu sobre toda carne y profetizarán sus hijos y sus hijas... y yo sobre
mis siervos y sobre mis siervas, derramaré mi Espíritu” (Hch 2, 15-19).
Recibieron la “sobria embriaguez del Espíritu” (San
Ambrosio, siglo IV).
3. El cambio
profundo en sus vidas: El Espíritu Santo cuando penetra en una vida
que se abre a su acción, la cambia radicalmente y en todos los campos.
a) Pentecostés quitó el miedo que dominaba a los
apóstoles y los convirtió en valientes testigos del Resucitado.
Antes tenían las “puertas cerradas”, por
miedo a los Judíos y ahora salen al balcón, para proclamar a Jesús y pregonar
su divinidad, su resurrección y su Señorío.
b) Recibieron el “poder del Espíritu” que les
había anunciado Jesús (Hch 1, 8) y “daban testimonio con gran poder, de la
resurrección del Señor Jesús” (Hch 4,
38).
c) Su mentalidad respecto al Reino de Dios, cambió totalmente. Ya
nunca más pensaron en un reino temporal y su única preocupación fue predicar y
buscar el Reino de Dios. De hombres carnales pasan a ser espirituales.
d) Recibieron el Espíritu de oración, anunciado por
medio del profeta Zacarías (Hch 12, 10), y los que no habían sido capaces de
orar durante una hora en el huerto con Jesús, “terminaron dedicados a la oración
y al ministerio de la palabra” (Hch 6,
4).
e)
Jamás retornan a la pesca en el lago de Tiberíades y se dedican totalmente a “ser
pescadores de hombres” (Mt 4, 19).
EFECTOS PASTORALES
DE PENTECOSTES
Los
apóstoles, una vez que recibieron la “plenitud del Espíritu con sus
maravillosos efectos en sus personas”, no se aislaron para disfrutar de
esta riqueza sobrenatural sino que “se presentaron delante de la multitud
que se había congregado allí, para comunicarles el mensaje de la salvación”.
Una
vez evangelizados por el Espíritu, se convierten, bajo su acción, en eficaces
evangelizadores.
La gran evangelización que hacen “Pedro
y los once” (Hch 2, 14) estuvo llena del poder del Espíritu y comunicó a
los oyentes estas verdades principales:
1.- Después de la glorificación
de Jesús, el don del Espíritu Santo es para todos los hombres y en todos los
tiempos.
Encontramos en este mensaje tres
afirmaciones al respecto:
a) “Derramaré mi Espíritu sobre toda carne”
(Hch 2, 17).
b) “Y Jesús, exaltado por la diestra
de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido, y ha derramado lo
que vosotros veis y oís” (Hch 2, 33).
c) “Y recibiréis el don del
Espíritu Santo, pues la promesa (el Espíritu Santo prometido) es para vosotros
y para vuestros hijos y para todos los que están lejos, para cuantos llame el
Señor Dios nuestro” (Hch 2, 39).
A la luz de estas palabras y de estos hechos, se comprenden
muy bien las palabras del Evangelio de San Juan: “El último día de la
fiesta, el más solemne, puesto en píe, Jesús gritó: “Si alguno tiene sed, venga
a Mí y beba; el que cree en Mí, como dice la Escritura: de su seno correrán
ríos de agua viva” Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir
los que creyeran en El. Porque aún no había Espíritu (no había sido dado en
plenitud) pues todavía Jesús no había sido glorificado” (Jn 7, 37-40).
De estos tres
textos del mensaje de Pedro y de los once, el más importante es el del
versículo 33 “y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido el Espíritu
Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís”, porque aquí se
nos revela la nueva unción del Espíritu Santo que recibe Cristo resucitado
cuando es exaltado a la diestra del Padre. Fue una unción de una intensidad y
plenitud, que ni siquiera podemos imaginar y que capacitó al Resucitado y
glorificado, para “derramar su Espíritu Santo”, sobre su Iglesia
constantemente.
Jesús recibió varias unciones del Espíritu
Santo a lo largo de su vida mortal. La primera, fue en el momento mismo de la
concepción, “cuando fue ungido con el óleo de la alegría” (Heb 1, 9),
que lo santificó en plenitud y lo consagró sacerdote sumo y eterno. La segunda fue en el Jordán, y esta
vez en el área del poder para el cabal desempeño de su misión mesiánica. Jesús,
lleno del Espíritu Santo, se volvió del Jordán, nos dice San Lucas (4, 1) y
volvió a Galilea, por la fuerza del Espíritu (4, 14). La tercera, se cumple en
la sinagoga de Nazaret, cuando Jesús lee allí el texto del Cap. 61 de Isaías: “El
Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido”.., y dice luego: “Esta
escritura que acabáis de, oír, se ha cumplido hoy” (Lc 4, 18-22).
La cuarta nos la describe el mismo San
Lucas cuando escribe: “En aquel momento, “se llenó de gozo Jesús en el
Espíritu Santo y dijo: ‘Yo te bendigo Padre, Señor del cielo y de la tierra’”
(Lc. 10, 21).
La quinta unción es la que recibe Jesús,
para, con la fuerza del Espíritu Santo, ser capaz de soportar la pasión y la
muerte en la cruz. La carta a los hebreos la enuncia así: “... Cuánto más la
sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo, sin tacha a
Dios, purificará de las obras muertas, nuestra conciencia, para rendir culto al
Dios vivo” (Heb 9, 14).
Estas
diversas unciones del Espíritu, que recibe Jesús durante su vida mortal,
llegaron a la plenitud cuando el Resucitado adquiere una nueva capacidad de
unción, que no tenía antes, y la recibe del Padre, en el momento de su
exaltación a su diestra (Hch 2, 33).
También en la vida del cristiano, se le van
dando diversas unciones del Espíritu en el bautismo, la confirmación, los demás
sacramentos y en momentos especiales de su vida, como hoy con esta nueva
efusión que hemos recibido esta mañana Pero la plenitud de la del Espíritu, se
cumple en el momento de resurrección corporal, cuando “Aquel que a Cristo
Jesús de entre los muertos, dará la vida a vuestros cuerpos modales, por su
Espíritu que habita en vosotros” (Rom. 8, 11).
Ya resucitados, tendremos una nueva
capacidad de ser ungidos por el Espíritu Santo y El la realizará en nosotros
para que podamos disfrutar de la visión beatífica.
2.- El segundo gran anuncio que hacen los apóstoles, es el de la
resurrección de Jesús. “¡Israelitas! Escuchad estas palabras: A Jesús, el
Nazareno, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y
señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis,
a Este, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento
de Dios, vosotros le matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos; a
Este, pues, Dios le resucitó librándole de los dolores del Hades pues no era
posible que quedase bajo su dominio; porque dice de Él, David: Veía
constantemente al Señor, delante de Mí, puesto que está a mi derecha, para que
no vacile... A este Jesús, Dios le resucitó; de lo cual nosotros somos
testigos” (Hch 2, 22-25.32). La resurrección de Jesús que anuncian
los apóstoles en este primer kerigma, es el hecho cumbre de la historia de la
salvación; la gran prueba de la divinidad de Jesús y la roca sobre la cual se
apoya la fe cristiana.
Pablo escribe a los Corintios: “Porque os transmití lo
que a mi vez recibí: ‘que Cristo murió por nuestros pecados según las
Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día a según las Escrituras;
qué se apareció a Cefas y luego a los Doce... y en último término se me
apareció también a mí’ (1Cor 15,
3-9). Y añade: ‘Si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana y estáis
todavía en vuestros pecados’. ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos
como primicia de los que durmieron” (1Cor 15, 17-21).
Con
este anuncio de los Apóstoles, sabemos que Jesús vive y que no es un muerto
ilustre. Y vive con nosotros y “estará con nosotros todos los días hasta la
consumación de los siglos” (Mat. 28, 20), como nos lo recordara el
Evangelio de la Eucaristía de esta tarde.
Jesús Resucitado es el Señor. “Sepa
pues con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo,
a este Jesús, a quien vosotros habéis crucificado” (Hch 2, 36).
FRUTOS DE ESTA
EVANGELIZACION
Este kerigma que fue proclamado con el poder del Espíritu que acababan de recibir los Apóstoles, produjo unos efectos, unos frutos admirables: Al oír esto, dijeron con el corazón compungido, a Pedro y a los demás apóstoles: “¿Qué hemos de hacer, hermanos?” Pedro les contestó: “Convertíos, y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo; y recibiréis el don del Espíritu Santo”. Con otras muchas palabras les conjuraba: “Salvaos de esta generación perversa”. Los que acogieron su palabra, fueron bautizados. Aquel día se les unieron unas tres mil almas” (Hch 1, 37-42).
La predicación de Pedro y los once,
estuvo llena poder del Espíritu y llegó a lo más hondo de los oyentes hasta
terminar en su conversión y en la recepción del bautismo.
No se limitó este mensaje a una ilustración
de los oyentes, sino que los conmovió y llevó a preguntar qué debían hacer.
Y es que la evangelización que no termine
en la conversión de los oyentes y en su encuentro personal con Cristo
Resucitado, es incompleta y muy pobre, por erudita que sea.
Hoy, gracias a Dios, hay un gran interés
por la evangelización, especialmente en nuestra bendita Renovación, pero todo
cuanto se está planeando y ejecutando con este fin, conseguirá muy poco, si
antes de salir a llevar la buena nueva, no recibimos, como los Apóstoles, el “Bautismo
en al Espíritu, que nos comunique su poder y su ardor”.
Sólo así podremos llevar a cabo la “nueva
evangelización” proclamada por Juan Pablo II.
Cuando uno compara la fecundidad del
ministerio apostólico, con la pobreza del nuestro, de la mayoría de los
sacerdotes y obispos, se da cuenta de que la diferencia está en, que aquellos,
los Apóstoles, salieron a predicar la Buena Nueva, después de haber recibido “el
bautismo en el Espíritu” (Hch 1, 5)
mientras que estos carecen de él.
Necesitamos
primero, “permanecer en la ciudad, hasta que seamos revestidos del poder
desde lo alto” (Lc 24, 49). Creemos que basta la preparación académica que
hemos recibido en los seminarios y aún en universidades y olvidamos las palabras
de Jesús: “El que está en Ml y Yo en él, ese da mucho fruto, porque sin Mí,
nada podéis hacer” (Jn 15, 5).
La ordenación
sacerdotal tiene que estar completada con Pentecostés y el bautismo y la
confirmación de todos los fieles tiene que completarse con Pentecostés; esto es
lo que Gracias a Dios hoy vivimos nosotros en la Renovación.
LOS MEDIOS PARA CRECER EN LA
NUEVA VIDA
Pentecostés no es un término sino el
primer paso del nuevo camino en el Espíritu. Es el nuevo nacimiento a la vida
en el Espíritu, que debe desarrollarse constantemente en nosotros.
Aquellas tres mil personas que ese día se unieron a los apóstoles y recibieron
el don del Espíritu, necesitaban medios especiales para crecer en su nueva
vida. Fueron cuatro los principales que emplearon.
“Acudían asiduamente a la enseñanza
de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones”
(Hch 2, 42).
1. La
enseñanza de los apóstoles: Los millares de personas que abrazaron la fe
después de Pentecostés necesitaban una evangelización profunda que no habían
recibido antes.
Movidos por el Espíritu Santo, “acudían
asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, para que ellos pudieran
transmitirles todo el mensaje de Jesús”. De esta manera fueron conociendo
progresivamente la persona, la vida y la doctrina del Señor.
Los Apóstoles comprendieron que esta era la
principal misión suya y vieron la necesidad de dedicarse exclusivamente a la
oración y al servicio de la Palabra (Hch 6, 4).
Esta conducta debe mostrarnos la necesidad
de una “pastoral Bíblica” que lleve a nuestros fíeles las riquezas de la
palabra de Dios.
¡Cuántos vacíos
tenemos en ese campo! Aunque siempre hay buenas iniciativas como la de nuestra
comunidad de Montgat, de cada mes participar en estos Encuentros de Adoración,
Alabanza, Crecimiento y Fraternidad.
2. La comunión: Todo crecimiento
humano, natural y sobrenatural, se consigue en una comunidad.
Por eso los primeros cristianos, con el amor
que recibieron del Espíritu Santo, “formaron una verdadera familia de Dios
y una comunidad donde todos tenían un solo corazón y una sola alma” (Hch 4,
32), y en donde “todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común;
vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la
necesidad de cada uno” (Hch 2, 44).
Recordemos que la tarea del Espíritu Santo,
es unir personas y que donde hay apertura a su acción, aparece siempre la unión
y la comunión de las personas.
3. La fracción del
pan o Eucaristía: Aquella comunidad cristiana, conoció por medio de los
apóstoles la presencia del Señor en la Eucaristía llamada en ese entonces “Fracción
del pan”. Supieron que Cristo es el “pan de vida” y que su carne es
verdadera comida y su sangre verdadera bebida (Jn 6, 55) y fueron descubriendo
riqueza infinita del banquete eucarístico.
San Pablo en su primera carta a los
Corintios les habló detenidamente de la “Cena del Señor” (Cap. 11, 17ss),
y les dice: “Cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la
muerte del Señor, hasta que venga” (lCor 11, 26) y de ahí el respeto que
debe acompañar a toda celebración eucarística (5, 28-32).
Pablo “recibió del Señor lo que les transmite
acerca de la Eucaristía” (5, 23).
Hoy,
por fortuna, hemos puesto la Eucaristía como el fundamento, el centro y el
ápice de toda la vida cristiana, y de la pastoral.
4. Las oraciones: El Espíritu Santo
comunica el don de la oración a quienes lo reciben y se abren a su acción. Por
eso, la comunidad cristiana que se formó después de Pentecostés, creció con las
oraciones de sus miembros.
La
oración en todas sus formas, sobre todo la alabanza, animó a los apóstoles y a
los discípulos. En la oración de esta Iglesia aprendemos a orar siempre y en el
Espíritu, si queremos crecer en nuestra
vida cristiana.
LOS FRUTOS DE ESTE CRECIMIENTO
ESPIRITUAL
Pronto aparecieron los frutos de esta vida
en el Espíritu como nos lo dicen los Hechos “todos los creyentes vivían
unidos y tenían todo en común”.
Acudían al templo todos los días con
perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban
el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la
simpatía de todo el pueblo. “El Señor agregaba cada día a la comunidad, a
los que se habían de salvar” (Hch 2, 44ss).
Todo verdadero Pentecostés produce abundantes
frutos espirituales en quien los recibe. San Pablo enumera muchos de ellos en
su carta a los Gálatas (Cap. 5, 22)
El texto de los Hechos
enumera los siguientes:
a) Intensa caridad
fraterna que los llevó hasta la comunidad de bienes.
b) Iban al templo a
orar todos los días con perseverancia.
c) La alegría que se
manifestaba hasta en la toma de los alimentos.
d) La alabanza que es
un grado importante en la oración y que tiene un gran poder delante de Dios.
e) Merecen el aprecio
y simpatía, de todo el pueblo con su vida sencilla y llena de amor fraterno
para todos.
f) El crecimiento
numérico de la comunidad, como resultado de su oración, del ejemplo de sus
vidas y de la comunicación del mensaje que había recibido.
“Los apóstoles
realizaban muchos prodigios y señales” (Hch 2, 43).
El “Poder del Espíritu Santo” que recibieron
los apóstoles en Pentecostés, tenía como fin primero, capacitarlos para que
fuesen “los testigos de su resurrección, hasta los confines de la tierra”
(Hch 1, 8).
Era
después, para que su predicación llegase no sólo a la mente, sino también al
corazón de los oyentes y los moviese a la verdadera conversión (Hch 2, 37).
Pero tenía también la finalidad de
capacitarlos para que “pudiesen predicar la palabra con toda valentía”
(Hch 4, 29) y pudiesen realizar curaciones, señalas y prodigios, “por el
nombre de Jesús” (Hch 4, 30).
Esta fuerza del Espíritu en este campo,
aparece en los Apóstoles desde el comienzo de su ministerio como lo dicen los
Hechos: “El temor se apoderó de todos, pues los Apóstoles realizaban muchos
prodigios y señales” (Hch 2, 43).
San Marcos nos dice que “Ellos salieron a
predicar por todas partes, colaborando él Señor con ellos y confirmando la
palabra con las señales que la acompañaban” (16, 20).
Quiera Dios que con su luz, descubramos la
necesidad que tenemos de recibir el “poder del Espíritu” para que seamos
verdaderos testigos de Jesús resucitado, para que nuestra evangelización, lleve
a la auténtica conversión y para que también esté acompañada de señales. Una
revisión seria de nuestra pastoral a la luz de esta verdad, nos dejaría
seguramente bien preocupados.
OTRAS EFUSIONES DEL
ESPIRITU SANTO EN LOS HECHOS
El Pentecostés que nos descubre el capítulo II de los
Hechos, no fue el Único.
La Iglesia desde ese momento, ha
vivido y vivirá en un continuo Pentecostés, pero que tiene manifestaciones
especiales en determinadas personas y épocas.
En el capítulo IV encontramos un
nuevo Pentecostés, cuando al final de la oración que hicieron los discípulos
con Pedro y Juan después de su liberación, “acabada su oración, retembló el
lugar donde estaban reunidos, y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y
predicaban la Palabra de Dios con valentía” (Hch 4, 31). Fue un pequeño
Pentecostés, comparable al primero.
Más tarde, el diácono Felipe, lleva
la Buena Nueva a Samaría y “al enterarse de los apóstoles, que estaban en
Jerusalén, de que Samaría había aceptado la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro
y Juan. Estos bajaron y oraron por ellos, para que recibieran el Espíritu
Santo; pues todavía no habla descendido sobre ninguno de ellos. Entonces les
imponían las manos y recibían al Espíritu Santo” (Hch 8, 14-18).
Esta efusión del Espíritu Santo en Samaría, debió
también acompañada de señales externas pues,
al ver Simón que mediante la
imposición de las manos de los apóstoles, se daba el Espíritu, les dinero
diciendo: “Dadme a mí también ese poder, para que reciba el Espíritu Santo
aquel a quien yo imponga las manos” (Hch
8, 18-20).
En casa del centurión Cornelio, sucede algo extraordinario.
“Estaba Pedro diciendo estas cosas, cuando el Espíritu Santo cayó sobre
todos los que escuchaban la palabra y los fieles circuncisos que venido con
Pedro, quedaron atónitos, al ver que el don del Espíritu Santo había sido
derramado también sobre los gentiles, pues les oían hablar en lenguas y
glorificar a Dios” (Hch 10, 44-47).
Notemos que este Pentecostés en la casa de Cornelio, tiene
manifestaciones parecidas al de Jerusalén,
como son las lenguas y la glorificación de Dios.
Y no sobra advertir que esta efusión del Espíritu Santo
sobre Cornelio y su familia, se da antes de que hayan recibido el bautismo, lo
que ordenó Pedro cuando vio el fenómeno espiritual (Hch 10, 47).
Años más tarde, Pablo llegó a Éfeso, donde encontró algunos
discípulos que habían recibido el bautismo de Juan y que cuando Pablo les
preguntó: “¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando abrazasteis la fe?” Ellos
le contestaron: “Pero si nosotros no hemos oído decir siquiera que exista el
Espíritu Santo”. Cuando fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús y
habiéndoles Pablo impuesto las manos, “vino sobre ellos el Espíritu Santo y se
pusieron a hablar en lenguas y a profetizar” (Hch 19, 1-7).
En otros casos le plenitud del Espíritu
Santo, se da individualmente. Por ejemplo: “Esteban, lleno de gracia y de
poder, realizaba entre el pueblo grandes prodigios y señales” (Hch 6, 8) “y
lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloría de Dios” (Hch
7, 55).
Los siete diáconos que escogen los apóstoles
para el servicio de las mesas eran “hombres de Espíritu y de Sabiduría”
(Hch 6, 3).
2.- EL SEGUNDO PENTECOSTÉS.
Jesús es revestido del Poder
de lo Alto en varias ocasiones y la Iglesia vive Pentecostés en varias
ocasiones. Por todo esto, debemos descubrir que es importantísimo para nosotros
hoy y para toda la Iglesia, que aprendamos de la presencia de la Señora de
Pentecostés, que antes de hacer cualquier cosa debemos estar unidos a ella y
entre nosotros, en la oración perseverante e intensa pidiendo al Padre el
Espíritu Santo, pues sin él no podemos hacer nada. Doy gracias a Dios, ha
llegado la hora del Reinado del Espíritu Santo y del triunfo de la Iglesia. De
esto hablamos con detenimiento en el encuentro del mes pasado.
Quiero hablar de la
necesidad de un segundo Pentecostés, partiendo de los escritos de la Sierva de
Dios, Concepción Cabrera de Armida; de la que ya hablamos el mes pasado. Sólo
os voy a leer algunas de las muchísimas cosas que Nuestro Señor le dictó, pues
sus obras suman 132 tomos, tan solo 66 de la Cuenta de Conciencia, bastantes
más que los que en la actualidad le está dictando Nuestro Señor a Vassula Ryden.
“Al enviar al mundo un como segundo
Pentecostés quiero que arda, quiero que se limpie, ilumine e incendie y purifique
con la luz y el fuego del Espíritu Santo. La última etapa del mundo debe
señalarse muy especialmente por la efusión de este Santo Espíritu. Quiere
reinar en los corazones y en el mundo entero; más que para su gloria, para
hacer amar al Padre y dar testimonio de Mí, aunque su gloria es la de toda la
Trinidad” (CC T. 40, p. 180, enero
26, 1916).
“Dile al Papa que es mi voluntad que en todo el mundo
cristiano se clame al Espíritu Santo implorando la paz y su reinado en los
corazones. Sólo este Santo Espíritu puede renovar la faz de la tierra y traerá
la luz, la unión y la caridad a los corazones.
“El mundo se hunde porque se ha alejado del Espíritu
Santo y todos los males que le aquejan tienen su origen en esto. Ahí está el
remedio porque Él es el Consolador, el autor de toda gracia, el lazo de unión
entre el Padre y el Hijo y el Conciliador por excelencia porque es caridad, es
el Amor increado y eterno.
“Que
a ese Santo Espíritu acuda todo el mundo pues ha llegado el tiempo de su
reinado y esta última etapa del mundo a Él le pertenece muy especialmente para
ser honrado y exaltado. Que la Iglesia lo pregone, que las almas lo amen, que
el mundo entero se le consagre y vendrá la paz, juntamente con una reacción
moral y espiritual más grande que el mal que a la tierra aqueja.
“Que a
la mayor brevedad se proceda a llamar con oraciones, penitencias, y lágrimas a
este Santo Espíritu, suspirando por su venida. Y vendrá, Yo lo enviaré otra
vez de una manera patente en sus efectos, que asombrará e impulsará a la
Iglesia a grandes triunfos” (CC T. 42, p. 156-158, septiembre 27, 1918).
“Pide esta reacción,
este “nuevo Pentecostés”, que mi Iglesia necesita: sacerdotes santos por el
Espíritu Santo. El mundo se hunde porque faltan sacerdotes de fe que lo saquen
del abismo en que se encuentra; sacerdotes de luz para iluminar los caminos
del bien; sacerdotes puros para sacar del fango a tantos corazones; sacerdotes
de fuego que llenen de amor divino al universo entero.
“Pide,
dama al cielo, ofrece al Verbo para que todas las cosas se restauren en Mí por
el Espíritu Santo”. (CC T. 49, p. 250-251, noviembre 1, 1927).
“Quiero volver al
mundo en mis sacerdotes; quiero renovar al mundo de las almas manifestándome
Yo mismo en mis sacerdotes; quiero dar un poderoso impulso a mi Iglesia
infundiéndole como un “nuevo Pentecostés”, el Espíritu Santo en mis sacerdotes”
(CC T. 50, p. 165, enero 5, 1928).
“Para alcanzar lo
que pido deben todos los sacerdotes hacer una consagración al Espíritu Santo,
pidiéndole, por intercesión de María, que venga a ellos como en un nuevo
Pentecostés”, y que los purifique, los enamore, los posea, los unifique, los
santifique y los transforme en Mí” (CC T. 50, p. 296, enero 25, 1928).
“Algún día, y no
lejano, en el centro de mi Iglesia, en san Pedro, se llegará a hacer la
consagración del mundo al Espíritu Santo, y las gracias especiales de este
divino Espíritu se derramarán en el Papa feliz que esto haga.
“Hace
mucho tiempo que vengo indicando este mi deseo de que se consagre el universo
al Divino Espíritu para que se derrame en la tierra como un “segundo
Pentecostés” (CC T. 51, p. 135, marzo 11,
1928).
El episcopado mexicano haciendo caso al
deseo de Señor comunicado a través de Concepción, consagró la nación al
Espíritu Santo en 1925, renovó esta consagración en 1975 y el 20 de abril 2009,
en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe. México es la única nación del
mundo consagrada al Espíritu Santo, y yo espero que el Santo Padre oiga la voz
del Señor por la Sierva de Dios, y consagre solemnemente toda la Iglesia y el
mundo entero al Espíritu Santo. Así el Santo Padre será feliz porque viviremos
el ¡SEGUNDO PENTECOSTÉS!
Creo que todos conocemos al P. Stefano
Gobbi, fundador del Movimiento Sacerdotal Mariano, este movimiento sacerdotal
es el más grande del mundo, y además no sólo hay sacerdotes, también hay miles
de laicos y laicas de todo el mundo. El MSM tiene como espiritualidad los
Cenáculos con María. Durante bastantes años alrededor de 25 la Santísima Virgen
dictó en el corazón de Don Gobbi unas inspiraciones para los sacerdotes sus
hijos predilectos. Pues bien cuando ya tenía este tema como acabado, sentí un
impulso en mi corazón de tomar estas inspiraciones de mi Madre María al P.
Stefano y descubrí lo que Nuestra Señora de Pentecostés le dicta en el
Santuario de Latas (Santander-España), 26 de mayo de 1996; en la Solemnidad de Pentecostés:
«Con un extraordinario Cenáculo de oración
y de fraternidad, celebráis hoy la solemnidad de Pentecostés.
Recordáis el prodigioso acontecimiento de la venida del Espíritu
Santo, bajo forma de lenguas de fuego, en el Cenáculo de Jerusalén, donde los
Apóstoles se habían reunido en oración Conmigo vuestra Madre Celestial.
También hoy vosotros, recogidos en
oración en el Cenáculo espiritual de mi Corazón Inmaculado, os preparáis para
recibir el don prodigioso del segundo Pentecostés.
—El segundo Pentecostés vendrá para hacer
volver a esta humanidad que se ha vuelto pagana y que vive bajo el potente
influjo del Maligno, a la plena comunión de vida con su Señor que la ha creado,
redimido y salvado.
Lenguas
de fuego milagrosas y espirituales purificarán los corazones y las almas de
todos, que se verán a si mismos en la Luz de Dios, y serán traspasados por la
afilada espada de su Verdad divina.
—El segundo Pentecostés vendrá para
conducir a toda la Iglesia al vértice de su máximo esplendor.
El
Espíritu de sabiduría la conducirá a la perfecta fidelidad al Evangelio; el
Espíritu de consejo la asistirá y la confortará en todas sus tribulaciones; el
Espíritu de fortaleza la llevará a un cotidiano y heroico testimonio de Jesús.
Sobre todo el Espíritu Santo comunicará a
la Iglesia el don precioso de su unidad plena y de la mayor santidad.
Sólo entonces Jesús traerá a ella su
Reino de gloria.
—El segundo Pentecostés descenderá en los
corazones para transformarlos y volverlos sensibles y abiertos al amor, humildes
y misericordiosos, libres de todo egoísmo y de toda maldad.
Entonces
el Espíritu del Señor transformará los corazones de piedra en corazones de
carne.
—El segundo Pentecostés abrasará, con el
fuego de su divino amor, los pecados que oscurecen la belleza de vuestras
almas.
De
este modo vuestras almas volverán a la plena comunión de vida con Dios, serán
jardín privilegiado de su presencia y en este luminoso jardín florecerán todas
las virtudes, cultivadas con particular solicitud por Mí, vuestra celestial
jardinera.
Así el Espíritu Santo difundirá sobre la
tierra el don de su divina santidad.
—El segundo Pentecostés descenderá sobre
todas las naciones que están tan divididas por el egoísmo y los intereses
particulares, por antagonismos que con frecuencia enfrentan las unas a las
otras. Y así se han difundido por todas partes las guerras y las luchas
fratricidas que han hecho derramar tanta sangre en vuestras calles.
Entonces
las naciones formarán parte de una sola y gran familia, recogida y bendecida
por la presencia del Señor entre vosotros.
Hoy os invito a entrar en el Cenáculo de
mi Corazón Inmaculado, para recogeros en oración Conmigo vuestra Madre Celestial.
Así unidos imploramos el don del Espíritu
Santo y juntos esperamos la venida del segundo Pentecostés que renovará el
mundo y cambiará la faz de la tierra».
3.- EN LA ESCUELA DEL ESPÍRITU
SANTO.
Quiero finalizar compartiendo con
vosotros y vosotras, algunas enseñanzas, que me dio el mismo Espíritu Santo, en
los tres meses que me llevo a su escuela, en el año de 1999 (13 de julio al 9
de octubre). El Espíritu que estaba presente en la creación, hoy está haciendo
una nueva creación, en el Padre y como atrae a toda la humanidad a su corazón:
“Como antes de crear el mundo yo aleteaba sobre el caos existente y después se creó
un mundo maravilloso, en perfecto orden y que el Padre, después de crearlo, lo
contempló como todo bueno, así ahora yo aleteo sobre el nuevo caos en que vive
sumergida esta humanidad y de la misma manera el Padre creará de nuevo todo por
mí, y será bueno y se complacerá en ello. Esto ya ha comenzado.
He aquí que todo lo hago nuevo ¿No lo
ves? Será maravilloso, en perfecto orden, todo será luz, vida y gracia. La paz
lo cubrirá todo y los seres humanos tendrán su corazón en el mío. Abre los
ojos, porque tú eres uno de mis testigos, de mis apóstoles; habla de mi a
todos, incendia con tus palabras el corazón de los hombres, sana con tu
oración; para que todos den gloria a Dios Padre e Hijo, así como a mí, Espíritu
de todo lo bueno, Espíritu de Dios, el Bueno, el Santo, el Todopoderoso.
No tardo ya estoy” (26 de julio).
El deseo del Espíritu es
abrasar-consumir con su fuego ha esta humanidad, al igual que era el deseo de
Jesucristo: “He venido a arrojar un fuego sobre la tierra, y ¡cuánto
desearía que ya hubiera prendido” (Lc 12, 49). Dice el Señor Espíritu
Santo: “Mi fuego está en ti. Quiero que enciendas muchas hogueras, que tu
palabra incendie los corazones, que tus manos enciendan salud, que tu corazón
abrase en amor y paz a todos. El mundo necesita ser consumido en mis brasas y tú
debes encender la hoguera; para eso te he escogido. Solo el fuego purifica y
hace todo nuevo; tú eres testigo” (4 de agosto).
El reinado del Espíritu Santo, es la
plenitud del reinado definitivo de Jesús y de la Eucaristía. El Espíritu Santo
hoy hace una nueva alianza con la humanidad para que esto sea una realidad.
Esta nueva alianza es realizada a través de aquellos que son dóciles al Él,
como los Apóstoles en Pentecostés: “Tu eres el profeta de la Nueva Alianza
que Yo el Espíritu Santo quiero realizar con el mundo. El Padre hizo la alianza
a través de Abraham con el pueblo judío; el Hijo hizo la alianza a través de su
propia Sangre derramada por toda la humanidad y yo quiero hacer la alianza, una
nueva alianza con todos a través de ti, una Alianza que será el Reinado
definitivo de Jesús. En esta Nueva Alianza todos los hombres tomaran parte, los
creyentes y los no creyentes; y Jesús Eucaristía Reinará. Será el Cielo Nuevo y
la Tierra Nueva de los que hablaba en el Apocalipsis. Tú eres mi profeta,
anuncia la llegada de esta Nueva Alianza. Jesús Eucaristía Reinará por siempre
y todo será consumación en el Amor. Amén.” (9 de agosto).
Todo lo que anuncia el Espíritu
Santo es inminente y habrá una gran manifestación que será visible para toda la
humanidad. A partir de ese momento sólo habrá dos caminos y nosotros testigos
del Espíritu de Jesús resucitado tenemos que elegir desde ahora el camino de
Dios y proclamar a todos que sólo el nombre de Jesús Salva y que el fuego del
Espíritu quiere anidar en los corazones de todos, para transformarlos
totalmente, y llenos de gozo y del poder del Espíritu convertirlos en
evangelizadores del Reino: “Mi luz lo invadirá todo, mi fuego lo consumirá
todo, mi amor lo abrasará todo y los hombres conocerán a Dios. Esto será muy
pronto, ya ha empezado; tú eres uno de mis testigos, prepara a todos para esta
gran manifestación, proclama, proclama, proclama... habrá un signo visible para
todos y permanente. Nadie podrá dudar de la existencia de la Trinidad Santa, y
sólo habrá dos caminos: con Dios o contra Dios. Tu hijo mío, muestra a todos el
camino hacia Dios Padre, Hijo y Yo, Espíritu Santo. Hazlo ya antes de que todo
pase, no tardo pues ya ha empezado. Abre tu corazón a mí y ciérralo totalmente
a ti al mundo. Tú eres mío para siempre”. (11 de agosto).
Los días de que todo esto suceda
han llegado, y esto hará volver a todas las religiones a Jesucristo, único
Camino, única Vedad, única Vida, que nos conduce al Padre. En estos últimos
tiempos al final de la Historia, en el tiempo de la Gran Efusión del Espíritu
como dice el Catecismo: 2819: “El Reino de Dios es justicia y paz y gozo
en el Espíritu Santo” (Rm 14, 17). Los últimos tiempos, en los que estamos,
son los de la efusión del Espíritu Santo. Desde entonces está entablado un
combate decisivo entre “la carne” y el Espíritu (cf Ga 5, 16-25)”. Hay
mucho dolor, enfermedad, guerra, destrucción y muerte. Y sólo la penitencia y
los sacrificios de nosotros, testigos del Espíritu Santo y de Jesús Resucitado;
podrá salvar al mundo. Nuestro principal sacrificio y penitencia es el vivir en
la continua alabanza y en la intercesión; porque
la Alabanza y la Intercesión todo lo pueden. Debemos convertirnos, en un
mundo que vive de espaldas a Dios, en Alabanza viva y en Intercesores delante
del Trono de la Gracia; porque nosotros hemos sido tocados por el Espíritu
Santo: “Los días de la gran manifestación han llegado y todos los pueblos
verán un nuevo amanecer. El poder de la Trinidad y su Gloria se harán
manifiestos para todos, nadie podrá más dudar de Dios y sólo se podrá vivir de
acuerdo a Dios o en la más total negación de la Trinidad Santa. Mi fuego
incendiará todo y sólo habrá una Religión. Pues todos se volverán a Jesús que
es el único Camino, la única Verdad y la única Vida. Desde el más pequeño al
más grande, desde el más pobre al más rico, desde el más joven al más anciano,
desde el más sano al más enfermo, desde el más pecador al más santo... todos,
todos, todos serán tocados por mi y de su corazón saldrá un fuego nuevo, fuego
que transformará todo. Todo será Luz, todo será Amor, todo será Alegría; aunque
algunos no querrán acoger todo esto en sus corazones y se endurecerán como en
otro tiempo lo hizo el faraón. Sobre ellos lloverán fuego y azufre como en
Sodoma y Gomorra, habrá destrucción, dolor, tristeza, enfermedad, muerte; pero
todo esto se puede cambiar si los testigos interceden y hacen sacrificios. La
intercesión todo lo puede porque la Trinidad sólo quiere Amar y dar Vida, pero
no hay que desfallecer, hay que hacer mucha penitencia, hay que hacer muchos
sacrificios; pues pronto se revelará el tercer secreto dado por mi Esposa en
Fátima a Sor Lucia” (29 de agosto).
Después de hablarme el Señor
Espíritu Santo sobre todo lo que yo estaba viviendo en este tiempo. Me dijo que
no me hiciera preguntas, que no buscará explicaciones, que lo viviera con amor
y pasión. Después me volvió a descubrir mi papel como uno de sus
testigos-apóstoles me pidió que defendiera
mucho a al Santo Padre porque goza de una asistencia especialísima y es
muy perseguido. Me recordó que el Maligno no duerme y ataca sobre todo a la
Iglesia. Me prometió que El, Espíritu Santo estará presente en este siglo de
una forma muy especial: “Proclama a los cuatro vientos que Jesús está vivo,
que el Padre os ama y que Yo, Espíritu Santo estoy en el mundo y en la Iglesia.
Desde el Papa Juan Pablo II, que goza de mi asistencia de una forma
especialísima... Quiero que ames y defiendas mucho al Papa, porque el enemigo
lo ataca de muchas maneras, incluso desde el seno de la misma Iglesia. Tu se
fiel a su magisterios, pues es el Pedro de nuestros días, y digo nuestros
porque también son míos los tiempos desde que Jesús me envió a sus Apóstoles el
día de Pentecostés. En este tiempo que vives y en el siglo XXI, yo estaré más
presente que nunca, porque los acontecimientos que vienen necesitan de mí para
entenderlos y poder llegar a Jesús y al Padre. Todos necesitan de mi...” (31
de agosto) A cabo esta enseñanza volviéndome a decir que aunque sabía que era
doloroso tenía que seguir muriendo, pues sólo así se podrá realizar en mi su
obra y se manifestará la gloria de Dios.
Quisiera que este tema nos ayude a
comprender la Iglesia de Pentecostés y también que nos ayude a pedir siempre un
Nuevo Pentecostés para la Iglesia y para el mundo. Necesitamos que reine el
Espíritu Santo, necesitamos que Reine la Santísima Trinidad. ¡Necesitamos el
Reino!: “el Reino Eterno y Universal, el Reino de la Verdad y la Vida, el
Reino de la Santidad y la Vida, el Reino de la Justicia, el Amor y la Paz” (Prefacio
de la Solemnidad de Cristo Rey).
Recodemos la respuesta que Jesús el
Rey contestó a los fariseos a la pregunta de cuándo llegaría el Reino: “El
Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: ‘Vedlo aquí o allá’, porque
el Reino de Dios ya está entre vosotros” (Lc 17, 20-21). Y nos dirá San
Mateo en la explicación de la parábola de la cizaña: “Yo os aseguro: entre
los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo
del hombre venir en su Reino” (Mt 16, 28).
El Padre Félix de Jesús Rouger,
fundador de los Misioneros del Espíritu Santo, entre otras congregaciones (como
lo comentamos el mes pasado); para pedir el reinado del Espíritu Santo, propagó
una jaculatoria, que a manera de responsorio, a la aclamación: “¡Que viva y reine el Espíritu Santo!”, se responde: “¡Y que el mundo entero le sea consagrado!”.
La mejor forma de terminar este
tema antes de celebrar la Eucaristía, es que todos nos comprometamos a aprender
esta jaculatoria y repetirla con frecuencia en nuestra oración tanto personal,
como comunitaria.
¡QUE VIVA Y REINE
EL ESPÍRITU SANTO!
¡Y QUE EL MUNDO ENTERO
LE SEA CONSAGRADO!
Mn. Alberto Jiménez Moral, Rector
Encuentro de Adoración, Alabanza, Crecimiento y Fraternidad
Parròquia Sant Joan Baptista, Montgat, 15 de julio del 2012